Las celebraciones religiosas de la iglesia católica están ligadas a determinadas fechas coincidentes con cambios de estaciones o ciclos astronómicos, como es el caso de la Pascua, que el Concilio de Nicea (año 325) estableció en el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera en el hemisferio norte (fijado en el 21 de marzo). De ahí el interés eclesial en la astronomía y en contar con un calendario lo más preciso posible, que superara las imperfecciones del calendario juliano, establecido por Julio César y que había sido elaborado por Sosígenes de Alejandría en el año 46 a. C. Este calendario basado en un ciclo solar de 365 días más un día adicional cada cuatro años, suponía un retraso de 11 minutos por año del calendario respecto al ciclo solar, lo que a principios del siglo XV suponía un retraso acumulado de 10 días.

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El Concilio de Basilea (1431-1438) ya había abordado el problema, promoviendo en 1437 una reforma del calendario juliano que debía ejecutarse en 1441, pero que nunca llegó a ejecutarse, por disensiones internas de la Iglesia. Aquel Concilio contó con una importante participación de profesores de la Universidad de Salamanca, entre la que destacó Alfonso Fernández de Madrigal, el Tostado, quien a raíz de aquellos debates incluiría en su obra “Tostado sobre Eusebio” una explicación del calendario juliano.

Es de nuevo en el V Concilio de Letrán, convocado en 1512 por el papa León X y que se prolongaría a lo largo de cinco años, donde se vuelve a promover una reforma del calendario. Tras una consulta infructuosa a Copérnico en 1513, que desestimó implicarse porque asumía no contar con instrumentos de medida precisos, en 1514 el Papa envía una solicitud de opinión a las universidades, recabando al mismo tiempo la mediación de los reyes de todas las naciones, y extendiendo la petición a cualesquiera doctores y maestros en teología y astrología. Así fue como la solicitud papal para aportar soluciones a un nuevo calendario para la medida del tiempo llegó a la Universidad de Salamanca, amparada por el rey Fernando el Católico.

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Los estudiosos de la época se afanaron en elaborar propuestas, algunas a título individual, como las de ilustres alumnos y profesores que habían formado parte del estudio salmantino, caso de la obra de Antonio de Nebrija titulada “Carmina ex diuersis auctoribus ab Antonio nebrissensi in calendarii ratione[m] collecta” (1512), o de la de Pedro Sánchez Ciruelo que lleva por título “De vera Luna paschali et de correctione Kalendarii Scripserat. Ciruelus de hoc argumento ad Leonem X Concilium Lateranense, celebratur 1515, atque hic… a se conscripta in Epitomen redegit”. A su vez, se elaboraron informes institucionales, entre los que destacan los de las universidades de Viena, de Tubinga, de Friburgo…

Y también de la Universidad de Salamanca que decidió realizar su propio estudio sobre la reforma del calendario, recopilado en un informe de 25 folios que fue remitido al Papa y al Rey en 1515. No se tiene constancia de quienes fueron los redactores de este informe, es de suponer que se designara una comisión de expertos de entre las facultades de cánones, leyes, teología, medicina y artes, esta última la que acogía la cátedra de astronomía de la que su titular, Sancho de Salaya, se encontraba ausente por su condición de médico de la Inquisición. Ante esta circunstancia, la autoría más probable sería la del profesor y maestro en artes Juan de Ortega, catedrático de filosofía natural de 1508 a 1522.

El informe “Traslado de lo que la Universidad de Salamanca imbió a nuestro muy Sancto Padre León, papa X, y al rey Don Fernando en el año 1515 acerca de la restitución del Calendario” comienza con una primera parte donde se explican los pormenores del problema del cómputo de los días del año, a la que sigue una segunda parte en la que se desarrollar unas tablas de cálculo para todos los meses del año de los números que les corresponden en el ciclo orbital de 19 años de la tierra y la luna (números metónicos o áureos), y concluye con una tercera donde se recogen otras tablas comparativas de los calendarios juliano y hebreo.

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Aunque el papado pareció obviar el informe salmantino, pues no lo reflejó explícitamente en el compendio de propuestas recibidas, lo cierto es que el cálculo de tablas realizado por la Universidad de Salamanca viene a coincidir con la solución que en 1577 propondrá el astrónomo italiano Luis Lilio en su “Compendium novae rationis restituendi kalendarium”, base sobre la que se elaboró el calendario gregoriano adoptado desde 1582.

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El caso es que a partir de los informes recibidos, en 1516 el Concilio de Letrán elabora un compendio de propuestas, sobre las que lanza una nueva consulta, a la que ya no consta respuesta de Salamanca. Tras recibir nuevos informes, sin que encontrar un criterio unánime, se concluyó una memoria con trece proposiciones diversas para la reforma del calendario, con la intención de que sirviera de base a trabajos posteriores.