“Habrá de ser, además, un centro de experimentación y de ensayos, un centro en que no solo se enseñe la industria bien hecha, sino que se aprenda a hacerla. Y tal vez del espíritu que en él reine surjan iniciativas o sugestiones que puedan traer a esta ciudad nuevas industrias…” (Unamuno en la inauguración del curso 1903-1904 de la Escuela Superior de Industrias de Béjar).

La Enseñanza Industrial se había creado en España en 1850, justo en la mitad del siglo XIX. En el comienzo del XX, en 1901, el gobierno acometió su reforma, que seguía a las de gobiernos anteriores. Y creó las nueve primeras Escuelas Superiores de Industrias de España. Las situó allí donde la actividad de las primitivas Escuelas Industriales, que ahora se llamaban Escuelas de Artes e Industrias, había tenido éxito. Servirían para continuar estudios. Impartirían el siguiente nivel de la enseñanza industrial, similar al de los grados actuales.

Una de las nueve ciudades elegidas fue Béjar. Además, el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Conde de Romanones, decidió inaugurar en ella los nuevos estudios. Lo hizo con toda solemnidad el día del comienzo del curso del año siguiente, en octubre de 1902. El Rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, estuvo presente en el acto. El director de la nueva escuela sería Marcelino Cagigal Valdés, que lo era y siguió siéndolo de la Escuela de Artes e Industrias.

Con la ampliación de los estudios, el local que ocupaba la primera escuela resultaba insuficiente para las dos. Por ello el Ayuntamiento habilitó el antiguo Convento de San Francisco como sede de ambas. Se inauguró para ese fin el año siguiente, el 4 de octubre de 1903, primer día del nuevo curso. Esta vez presidió el acto Unamuno. En él pronunció el discurso del que son parte las frases entrecomilladas arriba. Habla en una escuela técnica de lo que esa escuela habrá de ser, de lo que en esa escuela ha de hacerse; habla de experimentación y de ensayos, que son actividades de los que investigan, de los que inventan; de cómo de ese trabajo, de ese estudio, de lo que ha de hacerse en la Escuela pueden derivar iniciativas y mejoras para la industria; habla de utilizar la enseñanza, el conocimiento, el estudio también para progresar, para mejorar e incrementar la actividad industrial, para idear y crear sistemas y objetos que nos ayuden a vivir mejor, más cómodamente. Habla de inventar.

Y no parece que a Unamuno le cueste mucho decir esas cosas, no parece que sienta disgusto al hablar de experimentación, de ensayos. Sus palabras están dichas con naturalidad. Son, como mínimo, correctas en semejantes circunstancias. Está hablando en una escuela técnica, en una escuela donde se estudia y se enseña principalmente mecánica, electricidad y la técnica de hacer tejidos. Si le disgustara la búsqueda de ese conocimiento para hacer, para crear, para inventar, sin duda así lo hubiera expresado o, como mínimo, no hubiera dicho lo que dijo. Pero no parece, por sus palabras, que desechara para España lo de inventar, ni tampoco lo de enseñar para inventar.

La relación de Unamuno con la Escuela de Béjar, con una escuela técnica, no fue circunstancial. Siguió presidiendo la inauguración de cada curso durante toda su primera etapa rectoral, hasta 1914. Sólo faltó en 1906, justo el año en el que escribió “Que inventen ellos”. Su no asistencia se debió a su estado de ánimo, como él mismo diría. Quizá por la polémica que su frase provocó.

“Que inventen ellos” lleva ciento diez años en uso. Resulta muy socorrida. La prédica de la necesidad del avance científico y técnico se hace más fácil si con esa frase se crea antagonista. El discurso es más apasionante. En la propia Escuela de Ingenieros de Béjar, la heredera de aquella cuyos cursos inauguraba Unamuno cada año, se ha oído en ocasiones más o menos solemnes. A veces ha sido posible la réplica amable con las propias palabras de Unamuno que se citan arriba. Después de repetidas, referirse a Ortega, mostrar el contexto, las circunstancias de “Que inventen ellos” suele resultar ya solo conveniente, no imprescindible.