Íbamos por la autovía A-66, por la Ruta de la Plata, hacia Alcántara, al oeste de la provincia de Cáceres. Pero propuse a Alejandro, mi acompañante, desviarnos para visitar Garrovillas de Alconétar. Estaba seguro de que diría que sí porque sé que ama revivir las vidas. Pueblos, conventos, bancales, ciudades, caminos, puentes, palacios, iglesias, le permiten vislumbrar los esfuerzos que nos han ido haciendo. Mi intención era sorprenderlo con la Plaza Mayor de Garrovillas. No solo por el sencillo y bello entorno de soportales que la delimita, sino, sobre todo, por su dimensiones, que no se esperan. Por eso, mientras conducía, fui pensando en la forma de acercarnos a ella para que la sorpresa fuera mayor.
Aparqué en la misma calle por la que yo accedí la primera vez. Avanzamos por la acera izquierda. Llegados a la esquina apareció la plaza de golpe, entera, como yo pretendía.
–¡Anda, como la del Perú!
Esperaba su asombro, pero no ese. Y yo, con cara de asombro y extrañeza, lo miré. Él se dio cuenta, lo interpretó de otra forma y precisó.
–Como la de Cuzco…
Y después de una corta pausa siguió.
– Sí, mira…
Y me explicaba las similitudes, señalaba los soportales, los arcos blancos…
– Igualita, el mismo estilo –, decía.
Intervine con algo así como “Ya se sabe…, en Hispanoamérica el estilo español se ve por todas partes. Y más el de Extremadura”.
Mientras hablaba me deba cuenta de la falta de originalidad de lo que iba diciendo, pero, más o menos, así quedó.
Entre comentarios sobre Cuzco, sobre Perú, nos acercamos a la fuente, próxima a donde estábamos, no en el centro de la plaza. Desde allí seguimos observando, mirando, viendo y él a menudo comparando. Dos terrazas de bares aparecían al otro lado, diría que a lo lejos. Recorrimos la amplia explanada, los soportales, y retornamos a la bocacalle por donde habíamos entrado, junto un palacio que ahora es hospedería. Decidimos entrar. Atravesamos el jardín y pasamos al interior. La recepcionista, amable, nos resumió la historia y nos dijo que perteneció a los condes de Alba y Aliste. Nos habló también del corral de comedias, enfrente, al otro lado de la plaza, cerrado, pero que se puede visitar, nos dijo. Sin embargo, como en mi vez anterior, tampoco lo vimos.
Foto: Roberto C. Redondo Melchor
Foto: Roberto C. Redondo Melchor
Seguimos paseando. Ahora hacia la iglesia de San Pedro, de grandes sillares toda. Trabajados con cuña y maceta, maza. Estaba cerrada. Otra construcción cercana mostraba una especie de pequeño campanario, como si de una antigua capilla se tratara. Calles estrechas, en especial la calle Angosta. Puede que no más de dos metros de ancho en algunos tramos. La vecindad allí es total.
Lo conduje al convento de san Antonio de Padua, a las afueras. De grandes dimensiones pero en total ruina. La parte mejor conservada es lo que debía ser la nave de la iglesia, aún con paredes y cubierta. Su parte posterior con señales de lo que habría sido el coro. Ahora se evidencian otros usos. Después de recorrer lo que queda de las demás dependencias, contemplamos de nuevo la fachada y regresamos hacia la plaza.
Llegamos a la iglesia de Santa María. Frente a su artística portada entablamos conversación con un hombre que esperaba. En ella citamos el parecido de la plaza con la de Cuzco, por si nos aportaba algún dato. Recurrió a mi mismo comentario, que en Hispanoamérica los parecidos con edificios españoles son muchos. Pero enseguida nos habló de un tema de interés. El órgano de la iglesia que teníamos delante era uno de los más antiguos de Europa de los que aún están en uso. Desde luego el más antiguo de España. Se extendió en detalles sobre él. En ese momento esperaba a un pianista que llegaría de Salamanca para un concierto a las ocho de esa misma tarde. Por eso estaba allí. Nos invitó al concierto, pero no pudimos aceptar. Nos despedimos sin ver el interior de la iglesia, tampoco abierta.
Volvimos a la plaza y reemprendimos el camino. Mientras atravesábamos en coche la parte moderna de la villa nos prometimos volver con tiempo, y documentados para conocer más y mejor. No siempre esa clase de propósitos quedan incumplidos.
Foto: Roberto C. Redondo Melchor