Son muchos los personajes relevantes de nuestra historia a los que se adjudicó con poco o ningún fundamento un “origen” judeoconverso. Esto del origen podía consistir en que algún remoto antepasado por línea paterna o materna hubiera sido de religión judía después convertido al cristianismo. Es posible además que el personaje en cuestión ignorase tal circunstancia en su genealogía, en caso de ser cierta. Se acusó a clérigos, obispos, teólogos y a santos.
Una vez sentada la sospecha por el denunciante, se invertía la carga de la prueba y el interesado tenía que demostrar la falsedad de tal afirmación si quería acreditar la que entonces se llamaba “limpieza de sangre”. La acusación implicaba también la adscripción “al grupo” de los judeoconversos. Todo un sin sentido.
La acusación ante la Inquisición, podía ser también por falta de lo que el delator entendía por ortodoxia. Ese fue el caso de Arias Montano y el de su amigo Fray Luis de León.
Sobre el frexnense Benito Arias Montano, humanista, capellán de Felipe II y bibliotecario del Escorial, la biografía de la Real Academia de la Historia deja claro que era de familia hidalga de cristianos viejos como se decía entonces. Pero él y Fray Luis fueron víctimas de la envidia, la inquina y la delación del catedrático de Salamanca León de Castro, el mismo que participó en la comisión que quemó cerca de treinta mil libros en el Patio de Escuelas.
Arias Montano, Doctor de la Universidad de Alcalá y colegial que había sido del Colegio del Rey en Salamanca, fue denunciado en Roma y en Madrid por envidia de que el Rey Felipe II lo había comisionado para supervisar la Biblia Regia o Políglota de Amberes cuya edición se hizo famosa en Europa. Arias Montano se salvó de sus garras, no así Fray Luis.
Aula Fray Luis de León. Escuelas Mayores. Universidad de Salamanca.
A Fray Luis de León, tras un largo período en prisión, el tribunal inquisitorial terminó absolviéndolo de las acusaciones, que eran muchas. Llevaba en su ascendencia el estigma de los falsos judeoconversos, entre ellos una tía abuela casada con un “ombre hereje y mal christiano” según su biografía de la Real Academia de la Historia. Y se había atrevido a traducir a la lengua romance el Cantar de los Cantares y a señalar algunos errores en la Vulgata.
Siguiendo la misma suerte que Nebrija, el Brocense y otros muchos, fue procesado por la Inquisición. En el año 1571 fue delatado. En 1572 fue preso en Valladolid. En 1577 se produjo la sentencia absolutoria.
Nos lo cuenta Bernardo Dorado en su Historia de la ciudad de Salamanca:
“Quedó León en plena libertad y apto para el ejercicio de todas sus prerrogativas y en 30 de diciembre hizo su entrada en Salamanca, recibiendo una verdadera ovación…la Universidad que tanto había sentido su prisión se honró recibiéndolo en el Claustro General… se le devolvió su cátedra, manifestando el Señor Rector D. Álvaro de Mendoza a nombre del claustro, que la Universidad había holgado infinito con la venida del Señor Maestro y es de notar que en aquella época se economizaba el título de Señor hasta el punto de dárselo sólo a las personas eminentes… Se acordó que se le abonasen cuatro años de salarios…
Volvió a explicar su cátedra y el primer día de lectura mostró la firmeza y serenidad de que siempre estuvo adornado. El Patio de Escuelas Menores se quedó pequeño… todos ansiaban escuchar de su boca alguna lección de desengaño. Una señal repetida anunció a la muchedumbre que León empezaba a dirigirse a sus discípulos y cual si el tiempo de su ausencia hubiera sido un paréntesis de la vida, rompió el silencio de cinco años con las palabras siguientes: Decíamos ayer…”