La actual pandemia de COVID-19 se ha propagado por todo el mundo rápidamente. Las esperanzas están puestas en la pronta aparición de una vacuna que genere inmunidad en gran parte de la población, pero, ¿cuál fue la primera vacuna?, ¿a quién se le ocurrió la idea?, ¿tuvo éxito? La idea se le ocurrió a Edward Jenner, quien en 1796 descubrió la vacuna contra la viruela, que supuso un hito decisivo para la protección de las enfermedades infecciosas. En años posteriores, surgirían otras vacunas frente a enfermedades como la rabia, la tuberculosis o la poliomielitis.
La enfermedad de la viruela
La viruela ha sido a lo largo de la historia una enfermedad infecciosa que ha azotado a la humanidad debido a su elevado contagio y alta mortalidad. Se trata de una enfermedad producida por el virus Variola virus y caracterizada por la aparición por el cuerpo de unos granos llenos de pus que se denominan con el nombre latino de pústulas, que finalmente crean unas costras que al desprenderse dejan en la piel unas cicatrices en forma de hoyos (Fig. 1).
Primer intento de protección contra la viruela: la inoculación o variolización
Era un hecho conocido, que las personas que sobrevivían a la viruela no volvían a contraer la enfermedad. Esta observación condujo en ciertas regiones a pensar que, si se injertaba una pequeña cantidad de pus o costras de viruela a personas sanas, quedaban protegidas de la enfermedad en el futuro (hoy diríamos que adquirían inmunidad). En China y la India se practicaba esta técnica desde el siglo XI. Más tarde empezó a usarse la inoculación en Turquía, donde determinadas mujeres recolectaban las secreciones de enfermos de viruela e iban por las casas inoculando a las personas sanas: abrían una pequeña herida a la persona con una aguja y depositaban dentro de la herida las secreciones que podían coger con la punta de la aguja 1. Todo esto fue observado por Lady Montagu 1-3, esposa del embajador británico en Constantinopla, que de joven había padecido la viruela y visto morir a su hermano, de modo que al volver a Londres quiso que su hija pequeña fuera inoculada por este procedimiento durante una epidemia de viruela en abril de 1721. La familia real misma se interesó por este método de protección de la enfermedad y la princesa de Gales pidió inocular a sus dos hijas. En 1750 el Dr. Sutton proponía algo parecido al método de Turquía: usaba una lanceta cargada con secreciones de viruela que introducía debajo de la piel para que ocurriera un pequeño sangrado y se injertaran las secreciones1,2. Las técnicas de inoculación tuvieron sus detractores, ya que cabía la posibilidad de que alguna persona muriera o transmitiera la enfermedad en su entorno. No obstante, la inoculación o variolización se hizo popular en Europa. El propio Jenner fue inoculado cuando tenía 8 años junto con otros 15 niños de su ciudad. Esta experiencia le marco durante toda su vida, ya que después de la inoculación les hicieron guardar una cuarentena en un establo, donde los niños vivían y dormían en muy malas condiciones2.
Edward Jenner
Nació el 17 de mayo de 1749, en Berkeley, una pequeña ciudad del condado de Gloucestershire al suroeste de Inglaterra; un entorno rural, con granjas de ganado vacuno y ovino para la producción de leche. Sus padres fallecieron cuando Edward tenía 5 años y una tía y sus hermanos se hicieron cargo del pequeño 1,2. En sus años escolares, su principal interés no fueron las letras, sino observar y aprender de la naturaleza. Esta afición de naturalista le acompañaría toda su vida, llegando a realizar aportaciones importantes en el comportamiento de algunos pájaros y en la migración de las aves. A los 12 años termina su estancia en la escuela y con 13 años comienza su formación médica como aprendiz del cirujano Ludlow en Sodbury2, localidad cercana a Berkeley (Ludlow no era médico en sentido estricto, pero en una zona rural como la suya ejercía como tal). Como ayudante del cirujano, Edward aprendería durante 7 años todo lo relativo a la medicina de la época: fracturas, aplicación de ventosas, sangrías con sanguijuelas, purgas, etc. Con 21 años marcha a Londres para continuar su formación y entra como alumno en pupilaje con el doctor John Hunter, de modo que pagando cien libras al año tenía el alojamiento en la casa de Hunter y recibiría sus enseñanzas tanto en la consulta como en el Hospital St. George2. Aprendió mucho durante su estancia de 2 años al lado de Hunter, viendo enfermos, haciendo disecciones y conservando especímenes, y sobre todo entablando una gran amistad con su maestro que duraría toda la vida. Al acabar su estancia, decidió volver a Berkeley para ser cirujano rural. En 1778 hay un brote de viruela en Berkeley y Jenner no duda en variolizar a los niños de la localidad. Vuelve a pensar en buscar un método para prevenir la enfermedad y ronda por su cabeza la idea que circulaba entre las ordeñadoras de que ellas no se infectarían de la viruela humana (smallpox en inglés) ya que antes habían padecido una variante benigna de la misma llamada viruela de las vacas (cowpox en inglés), y que eso les proporcionaba protección. Con esta idea Jenner inocula una pequeña cantidad de viruela humana a ordeñadoras que habían tenido la viruela de las vacas y en muchos casos observa que no enferman2. Jenner ha empezado su lucha particular para investigar esta circunstancia; en contra de la opinión de sus colegas que pensaban que eso de las ordeñadoras era una superstición popular.
La primera vacuna de la historia
Jenner disponía de dos candidatos para su experimento definitivo, una ordeñadora llamada Sarah Nelmes que se había contagiado de viruela de las vacas y de James Phipps, un niño sano de 8 años que nunca había tenido la viruela humana. El 14 de mayo de 1796, Jenner, utilizando una lanceta, hizo 2 incisiones en el brazo de Phipps, y con la misma lanceta cogió pus de la pústula de la mano de la ordeñadora y la depositó en las incisiones del niño 1,2. A los 8-9 días aparecieron 2 vesículas rojizas en el brazo del niño parecidas a las de la viruela vacuna, tal y como cabía esperar; el niño tuvo algo de fiebre uno o dos días, pero después se recuperó perfectamente2 (Fig. 3).
Estaba claro que el niño se había infectado de la viruela benigna de las vacas, pero quedaba el experimento vital: comprobar que Phipps había quedado protegido frente a la viruela humana maligna. Así, al mes y medio, Jenner inoculó a Phipps una cantidad de pus de una enferma de verdadera viruela humana, con la esperanza de que el niño ya no enfermaría (por estar inmunizado, diríamos hoy, al haber desarrollado anticuerpos). El resultado fue favorable y el niño no contrajo la viruela humana (Fig. 4). Hoy día no hubiera sido posible este experimento, debido a las estrictas condiciones legales de los ensayos clínicos actuales, aunque hay que decir en favor de Jenner que contaba con la autorización del padre del niño y de la ordeñadora y que los brotes de viruela en la época eran espantosos. Estos meses vivimos con expectación el desarrollo de vacunas contra la también espantosa epidemia de la COVID-19, y estamos viendo como cada una de ellas se está probando en miles de voluntarios, lo que no era posible en los tiempos de Jenner.
Jenner publica sus resultados
Ante el entusiasmo de que su hipótesis era correcta, Jenner siguió estudiando nuevos casos. Entre ellos, el 16 de marzo de 1798 inocula pus de una vaca con viruela bovina a William Summers, un niño de 5 años; 12 días después pasa brazo a brazo el material de las pústulas de Summers a William Pead, un niño de 8 años, con resultado positivo2. Esto confirma a Jenner un hecho importantísimo, que no era necesario tener vacas enfermas para transmitir la viruela bovina a las personas (en muchos lugares no había vacas infectadas), basta con pasar la “vacuna” de persona a persona. Con 23 casos investigados, Jenner prefirió publicar el 17 de septiembre de 1798 un libro por su cuenta con una editorial londinense, ya que intentos anteriores de publicación a través de la Royal Society habían sido infructuosos 2. El libro constaba de 75 páginas con 4 láminas en color con dibujos de algunas pústulas, y llevaba el título de An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, a Disease discovered in some of the Western Counties of England, particularly Glocestershire, and knows by the name of the cow pox (Fig. 5). El termino Variolae Vaccinae (viruela de las vacas) fue acuñado por Jenner del latin variola (viruela) y vacca (vaca). Más tarde el cirujano inglés Dunning propuso la palabra vacination (vacunación) que a Jenner le pareció acertada. La publicación Inquiry produjo un gran revuelo entre los médicos, algunos estaban a favor y otros abiertamente en contra. Entre los partidarios de la vacunación merece mencionar al cirujano Henry Cline, que utilizó por primera vez material de las pústulas de una niña vacunada por Jenner transportado en una pluma de ave2. También promovió la vacuna el Dr. Woodville, del Hospital de la viruela en Paddinton. Un gran detractor de la vacunación fue el Dr. Mosely, del Hospital de Chelsea, que manifestó que era ridículo contagiar una enfermedad de las vacas a las personas, y con sentido del humor dijo que podrían aparecer cuernos a las personas; bastó poco para que los humoristas hicieran viñetas satíricas de la vacunación 2. El tiempo daría la razón a Jenner y la vacunación se impondría frente a la variolización en todo el mundo.
La vacuna se extiende por Europa y América
A pesar de las reticencias iniciales, la vacuna de Jenner se extendió rápidamente entre los médicos de todo el mundo 1-3. Cabe destacar al Dr. Jean de Carro en Viena. En Austria, las vacas no padecían la viruela benigna, por lo que le resultaba imposible obtener linfa de sus pústulas. Por eso se dirigió directamente a Jenner, que le envió linfa vacunal a través de la embajada británica en Viena 2 (Jenner había comprobado que cuando el material de las pústulas se secaba convenientemente y se depositaba en frascos de vidrio, éste se conservaba activo y de esta forma se podía transportar la linfa vacunal). El Dr. de Carro difundió también la vacuna por Francia, los Países Bajos, Suecia, y a través de Turquía e Irán la llevó hasta la India. Un factor importante fue la vacunación del ejército y la armada británicas. Así, el 3 de julio de 1800 el Endymion llevaba en su tripulación dos médicos vacunadores2, empezando a vacunar a marineros y civiles en Gibraltar. La vacunación siguió por Menorca (inglesa en aquellos tiempos), Malta, Italia y Sicilia. El propio Napoleón ordenó vacunar de viruela a todo su ejército. La contribución de España a la expansión de la vacuna fue decisiva mediante la Real Expedición Filantrópica del Dr. Balmis (1803-1806). Este viaje tuvo como objetivo llevar la vacuna a todos los territorios españoles de Hispanoamérica y Filipinas, donde estaban apareciendo epidemias graves de viruela. La expedición estuvo auspiciada por el rey Carlos IV, que destinó fondos públicos para la empresa. El gran problema era transportar linfa vacunal fresca en un viaje tan largo. Como llevar vacas en un barco no era fácil, se optó por embarcar niños de un hospicio que transportarían la vacuna brazo a brazo (con la promesa real de que los niños serían cuidados con esmero y se les proporcionaría en el futuro un buen porvenir). La expedición partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 en la corbeta María Pita rumbo a América. Iban haciendo escalas en diferentes ciudades donde se vacunaba a multitud de niños y se creaba una Junta Vacunal. Pero esta gesta es tan apasionante que merece ser narrada con detalle en otro momento.
(1) Tuells, J. y Ramírez S. Balmis et variola. Editor: Generalitat Valenciana. Consellería de Sanitat. Gráficas Díaz, San Vivente, Alicante.
(2) Fernández Teijeiro, J.J. El vencedor de la viruela Jenner. 2012; Editorial NIVOLA, Tres Cantos.
(3) Riedel, S. Edward Jenner and the history of smallpox and vaccination. BUMC Proccedings 2005; 18:21-25.