EPÍSTOLA TERCERA: BREVIARIO DE ACHAQUES DE DISCÍPULOS³

Del Licenciado Galavís a su amigo y protector el Arcipreste Don Gil.

No hace mucho tiempo he recibido vuestra respuesta a la carta que os envié con el prontuario de enfermedades de los docentes, y en ella me tacháis de exagerado por cifrar en más de doscientas las que padecemos aquellos que nos ganamos el pan –nunca mejor dicho– con el sudor de nuestras frentes, o sea, los del Mester de Enseñería. Como devoto suyo, acepto la crítica, mas no la comparto, pues si en aquella ocasión sólo describía cuatro de los males profesorales fue por no aburrir ni pecar de fatua erudición, y le aseguro que faltaron por describir decenas de ellos. Y como dicen que por muestra bien vale un botón, ahí van unos pocos más que aquí sólo enuncio para que quede constancia de mi veracidad: el absceso pro cáthedra, la gripe lunera (o de los lunes), la correctitis (o fobia correctora), la osteovocacionosis (o pérdida de la vocación), el síndrome de la suficiencia no adquirida, la reformitis crédula o mal de Ilux, la evaluación precoz (con prisas), la disminorrea profesoral (o pérdida de la agilidad mental)… y así, lo juraría ante lo más venerable que se me exigiese, hasta llegar a las doscientas y sesenta y seis que se dijo y que mantengo.

Me preguntáis ahora si en aquellas consultas y estudios que realicé en los tratados de físicos y galenos no encontré también relato de enfermedades de los alumnos pues –a fe que razonáis galanamente– es de suponer que siendo uña y carne el docente con el discente, y estando como están tanto tiempo juntos los dos colectivos, debieran contagiarse igualmente de los mismos males y padecer achaques similares, sean éstos del cuerpo, del alma o de ambos a la vez.

A fuer de sincero, he de confesar que no encontré prácticamente referencia alguna a los males de los alumnos, cosa que me extrañó y aún hoy me deja perplejo. Sólo cabe suponer que como la naturaleza de nuestros alumnos en necesariamente juvenil (y por ende robusta y poco ajada) sean éstos más resistentes que nosotros a los miasmas e insanos efluvios que pululan por nuestras aulas. Y aún sospecho que como gran parte de ellos son un tanto reacios a compartir con nosotros los saberes de las letras, números y demás conocimientos, es muy posible que sus propios cuerpos, mediante un extraño mecanismo de autodefensa, hayan generado una especie de paramento que les proteja del contagio, tanto de lo bueno como de lo malo.

No obstante, en el Vademécum de Arnolfo de Baviera, en su última parte, se añade a modo de separata un breve relato de algunos –no llegan a doce– Achaques de Discípulos que el propio autor pone en boca de un tal Penicylión de Samotracia y al que no da mucha credibilidad. Por ser ésta la única referencia que poseo, así mismo se la traslado, señor Don Gil, haciendo todas las salvedades que el caso requiere. De los doce males del mentado Penicylión he entresacado los cinco que siguen, sin ningún criterio para la selección pues en general todos son de escasa gravedad, incluso los que no tienen remedio. Ahí van.

El primero es la DESODORANCIA FUGITIVA (o mal D´Axil), enfermedad que tiene carácter epidémico pues ataca a bastantes de ellos en primavera. Al parecer la revolución de hormonas propias de la edad, unida a las modernas modas de vestirse con ropas de artificiales fibras o calzados poco ventilados –amén de los calores de esa estación– alteran grandemente la piel y las glándulas de los alumnos convirtiendo su natural sudor en un efluvio acre y poco agradable que, de ser colectivo tal que en el aula, puede embotar la pituitaria más curtida y aun la pudiera dañar para siempre si el profesor que lo percibe es bisoño. Lo peor de este mal es que quien lo padece no tiene conciencia del mismo y así su cura es difícil de administrar; no obstante se remedia bastante con baños de aguas jabonosas, enjuagues do más preciso sea y, si lo requiere el caso, aplicación de olorosos ungüentos de la novísima alquimia cosmética.

La COMPULSIO GRAFITARIA. Esta dolencia, también bastante generalizada, se manifiesta como un impulso neuronal atípico que lleva a quien lo padece a no soportar la visión de superficies planas sin mácula, y de ahí la necesidad que sienten los atacados de escribir, dibujar, arañar, rayar, horadar, manchar, ilustrar, etc. las tales superficies, sean blancas o de color y sin importarles un ochavo la materia de que estén hechas. Por eso nuestros Centros escolares tienen los pupitres, paredes, encerados, mesas, puertas y todo cuanto sea plano repletos de infinitas muestras de las fases más febriles de esta enfermedad. La compulsio grafitaria adquiere caracteres de gravedad cuando se manifiesta en habitáculos cerrados y secretos, como los excusados. Enfermedad ésta tan antigua como la propia docencia, no tiene cura alguna.

La CUPIDISCENTIA FERIAL O FERIALOMA VEHEMENTÍSSIMO. Se trata de otra enfermedad de tipo epidémico y endémico, pues afecta a todo el colectivo estudiantil excepto a raros especimenes que han creado sus propios anticuerpos. Es también estacional, comenzando a dar sus primeros brotes por abril o mayo; la infección se contagia de paciente a paciente, sutilmente al principio y con más crudeza a medida que el morbo se generaliza. Comezón superficial, acné epidérmico, a veces prurito, sofocaciones y enrojecimientos son sus primeros síntomas; posteriormente el mal se manifiesta con extraños cambios de humor que van desde la hiperactividad hasta la somnolencia persistente, desde la emisión de gritos estentóreos hasta la irresistible necesidad de tomar el sol apaciblemente; en otras ocasiones, entre los más enfermos, se engendra una inusual actividad que les fuerza a correr, brincar y saltar por los aires sin aparentes motivos para ello. Una semana antes de las vacaciones veraniegas la epidemia está tan universalizada que resulta harto difícil el desempeño normal de la docencia por falta de decencia, y se pone en peligro a todo el Mester y a gran parte del Sistema. El único remedio conocido se cimienta en un cambio de aires de sesenta días como mínimo, preferentemente con baños de agua de mar, estancia en entornos despejados y, si los enfermos son rudos de complexión, con aires de montaña en dosis máximas. En ambientes urbanos, unas perfusiones con extractos de cloropiscinol mitigan en cierta medida el mal.

La IMPRESOFOBIA PERTINAZ. Consiste este morbo en un rechazo de cuanto esté editado, sobre todo si son textos escritos y recogidos en forma de libros. Esta enfermedad se acompaña con la paralela inclinación que padece el atacado por contemplar estático cualquiera de las imágenes que aparezcan en las acristaladas mamparas de nuestros modernos ingenios visuales, siempre que estas imágenes se manifiesten en versión multicolor y acompañadas de un alto volumen de sonido. Quien lo padece tiene difícil cura.

La ENCEFALITIS NOCTURNA. Al decir de Penycylión, no es propiamente una enfermedad, sino más bien un estado febril pasajero. Se produce en el alumno que se levanta a altas horas de la madrugada para preparar un examen. El infectado, al pretender meter en el cerebro seis temas, veintidós definiciones y quince ejercicios prácticos en tan solo las cuatro horas previas a la prueba, experimenta una fortísima hinchazón de sus meninges acompañada de fuertes dolores de cabeza que le impiden ser persona al menos durante varios días. Salicilio en infusión y música moderna solucionan el absceso con prontitud.

En fin, mi señor Arcipreste, confío en que estas descripciones le resulten de alguna utilidad en sus estudios pedagógicos.

A la espera de la suya, ruégole siga rezando por mí, pues ahora padezco un pellizco de aulofobia que me dasazona más de lo que quisiera.


[1] Se publicó en Escuela Española en el nº 3.509 de 11 de octubre de 2001 y en la revista Cátedra Nova en el nº 18 de diciembre de 2003.