EPÍSTOLA NOVENA: EL PROFESOR TUTOR¹
Mi muy reverenciado Arcipreste: me ha enviado un colega un texto, quien afirma que lo entresacó de un palimpsesto adquirido en una tienda de libros de ocasión en Toledo. Por si fuese de interés para un mejor conocimiento del origen de la función del Profesor Tutor, se lo remito yo a su vez, con el ruego de que lo lea y me dé su docto y fundamentado parecer. El texto es el que sigue, el cual, aunque venía en griego clásico en su original, lo he traducido libremente:
“Igual que el desgraciado campesino –abandonado por la esquiva fortuna a los avatares de la suerte nefanda– contempla espantado desde la ribera del embravecido río cómo las aguas de éste, crecidas en inesperada avalancha fuera de su habitual cauce, arrasan lo que ayer fueran feraz huerta y lustrosos ganados y, consciente de que aquella fuerza brutal sumerge sin remedio a su familia en la ruina, llora con desconsolado llanto, de idéntica manera nuestro héroe Nurseryo permaneció aterrorizado al conocer que había sido nombrado Cuidador de los jóvenes Terceroesianos en las Aulas de la Polis-Ciudadela, al comenzar el nuevo curso académico.
¿En verdad queréis conocer lo que Nurseryo expresó, no bien le llegó la noticia de su nombramiento? ¿Podréis soportar la narración de sus pesares y lamentos, cual hasta entonces nunca humano lanzó al éter esperando consuelo de los dioses? Pues entonces permaneced atentos, endureced vuestros corazones y oíd, pues que así habló Nurseryo, el de la Mirada Sombría:
“¡Oh dioses celestiales! ¡Oh ancestros que reposáis en el Averno sin acordaros de este mortal que hoy se queja entristecido! ¡Oh cruel destino el mío ya que, abocado hoy a la madurez que la senectud anticipa, he perdido una parte de las fuerzas de mi juventud ahora que más las he de necesitar! Pues nadie ignora que estos alumnos de quienes tengo que encargarme son los más agotadores que se pudiera imaginar.
¿Contra qué pequé, que merezco este castigo? ¿Acaso no cumplí los preceptos que nuestro padre Zeus Electromagnético nos aconseja? ¿No fui cariñoso y respetuoso con mis venerables padres? ¿No amé dulcemente y fui fiel a mi esposa? ¿No cuidé con mimo a mis entrañables hijos? ¿No pagué holgadamente cuantos impuestos y óbolos me exigieron los éforos Pérmico, Jurásico y Silúrico, la sabia tríada de regidores de esta Polis? ¿No cumplí, como ejemplar ciudadano, con el deber de la defensa, cuando se me llamó para luchar primero contra los Bupianos y más tarde contra los Antilosianos? ¿No creí, sin el menor atisbo de duda, en los Cultos Transversales, en la Divina Evaluación Continua, en los Misterios Troncales, en los Mitos Actitudinales, en las Diversificátides, en los Mínimos Conceptos y en los múltiples credos y diosecillos que nuestra religión Académica impone? ¿No acepté con humildad y pudor la Condiciocratia? ¿No cesé de hostigar a las Penénides con mis ínfulas amatorias, arrepentido de los juveniles desvaríos, aunque mi corazón exigiese un muy otro devaneo con que entretener el deambular de las compartidas guardias del recreo matinal? Fui honrado, creyente y cumplidor en cuantas ocasiones se me demandó, y si mi natural modestia no me avergonzase, pediría sin duda un premio antes que un castigo a mi comportamiento.
Y sin embargo, heme aquí, Tutor irremediable, Cuidador forzado, Padre putativo y administrativo de estos efebos, Ayo sin quererlo yo y sin merecerlo ellos, Mentor impuesto –y, por ende, inaceptado por la juvenil mesnada–, Orientador de a pie de aula, Pedagogo de ocasión y además, Folífero compulsivo de actas, informes, tablas de resultados, promedios porcentuados o segmentados y otros muchos inventos engendrados por los sofistas de nuestro sistema educativo.
¡Ah, Zeus tonante y padre de todos los dioses! ¿Por qué te acordaste de mí en mala hora? ¿No había en toda esta Academia algún otro maese que se mereciese mucho más que yo este castigo?
¿Castigo digo? Más bien condena, cual si fuese penado a servir de remero encadenado en las naves trirremes de nuestra armada, que tales serán mis pesares y sufrimientos durante estos nueve meses que se avecinan. Pues aquellos que hoy se me asignan para su cuidado, aún está por decidir si son personas o milagrosos seres híbridos compartiendo su sustancia humana con múltiples versiones del reino animal o del vegetal y mineral. Son ubicuos y nómadas del propio aula, ya que nunca están quietos en su puesto; a veces parecieran semipeces, semejantes a truchas saltarinas remontando con frescura sus pupitres, cuando no aleteantes, revoleantes mariposas viajando de puesto escolar en puesto escolar por la clase, sin más razón que la que les insuflan sus hormonas en ebullición. Como si fueran ardillas, pueden permanecer varios minutos en desenfrenada hiperactividad, para varar al poco tiempo, y de forma brusca, en una densa y muelle inactividad y quietud, más propia de quelonios al sol que de jovenzuelos llenos de vitalidad. En su aula son omnívoros salvo de las delicias del saber, que pocas veces degustan como manjares que nutran sus espíritus; antes bien alimentan sus estómagos con toda suerte de golosinas y menudeces tal que caramelos, chicles, regaliz y dulces variados, amén de bocadillos si se tercia, que en esto de comer a todas horas no tienen freno. Semejan firmes rocas ante cualquier propuesta de esfuerzos prolongados, pero trasmutan en resbaladiza arcilla a la hora de incorporar a su erario personal algo más que algún concepto sencillito o fórmula elemental. Y aunque alguno hay que sea diamante puro, de resplandor fascinante por su sabiduría lograda con el estudio, lo que más abunda es el carbono sin cristalizar, cuando no el propio pedernal, duro y chispeante si se le frota. Y no bien suena la campana que anuncia el final de la lectiva jornada, por Hermes que se diría son avecillas que se escapan de su encierro en jaulas, antes que proyectos de ciudadanos de nuestra vetusta Polis: ahí es el reír, correr, saltar, gritar, empujarse, o, si se lo pide el cuerpo, pintarrajear el encalado muro de los edificios grafiteándolos con muestras de su imaginación más desbocada. Dionisos y sus bacantes, sátiros y ninfas, serían al lado de mis tutorados simples aprendices de la diversión jocunda y legos del movimiento al aire libre…”
Aquí acaba el fragmento del palimpsesto y, como hago siempre, lo pongo a su superior consideración, pero creo que mucho no me equivocaré si infiero que esto de Tutorar a la juventud en su edad más compulsiva y hormonada, siempre fue, desde los albores de la Historia de la Enseñanza, una tarea heroica.
Suyo, el Licenciado Galavís.
¹ Este artículo, publicado en el diario HOY el 5-10-2007 y en Debate profesional en el número 179 de marzo de 2008, fue galardonado con un accésit en junio de ese año en el premio de Periodismo Francisco Valdés de Don Benito.