EPÍSTOLA QUINTA: LOS CONDENADOS POR ENGAÑADOS¹

A mi amigo y Arcipreste el Sr. Don Gil de su deudo el Licenciado Galavís:

De una forma que no debo explicar han llegado hasta mí ciertos papeles ya viejos que quien me los ha proporcionado asegura nada menos que son autógrafos del gran maestro Quevedo. Yo no los tengo por tales, sino más bien por una burda imitación de alguien que, envidioso del genio, como ya ocurriera con Cervantes y su Quijote, ha pretendido con este apócrifo de alguna obra de Don Francisco alcanzar la fama que su mediocridad le niega.

A pesar de ello, y porque tiene un algo de gracia y un mucho de crítica a nuestro desorientado Cuerpo de Enseñantes, me atrevo a trascribírselo en una primera entrega, salvo aquellas partes que, por estar algo deterioradas, son ilegibles. Ahí va y vuesa merced juzgue:

“ … Desde aquella sala oíanse agudos gritos de dolor, como de gente que padeciese enormes tormentos y, asustado, pregunté a mi diablo tutor quiénes eran aquellos desgraciados y qué mal habían hecho en vida para ser castigados tan cruelmente.

–Son reformistas, me dijo con cierta sequedad el anciano demonio– .

–¡Ah ! Protestantes… –¿Y son calvinistas, luteranos, evangélicos, adventistas o de otra confesión no ortodoxa?– Le pregunté por ver quiénes de entre ellos abundaba más.

–¡No, hombre de Dios! (y me pidió perdón por la expresión, a todas luces impropia de nuestra condición infernal). No son de esa Reforma, sino de los que en vida creyeron que la Enseñanza podía reformarse desde los despachos, y no en el aula y con alumnos delante y experimentando con ellos las bondades e innovaciones que las mentes –a veces calenturientas– imaginan, antes de darlas por verdaderas.

Me extrañé ante el tutor pues, aunque errada la intención, no me pareció aquel pecado suficiente como para condenar eternamente a estos reformistas de salón. Y mi colega me dijo entonces:

–Bien se ve que sois diablejo interino y que aún no habéis alcanzado plaza en propiedad pues todavía desconocéis los entresijos del alma de los humanos. Sabed, aprendiz de guardián de estas celdas, que los aquí condenados por reformistas lo son porque cometieron el mayor pecado que haber pueda, y es éste el del doble engaño, por cuanto que se engañaron a sí mismos e igualmente pretendieron engañar al Gremio de Enseñantes. Y lo peor del caso es que por el mundo han predicado esa doctrina como si de un nuevo evangelio se tratase y ya son muchos lo que creen en él, y para nosotros es gran mal, pues los que siguen las tales enseñanzas sufren tanto en las aulas que por su padecer se justifican y llegan al cielo sin mediar mayor purificación. Es clientela que se nos arrebata, aunque creo que a alguno de ellos se les confina en el Limbo, por su simpleza de entendederas, que los hace como niños.

Sin embargo les toca peor parte a los padres del invento, pues una vez muertos los propagandistas de la nueva fe y presentados a San Pedro, éste les interroga sobre qué hicieron de provecho en vida y los muy venáticos le contestan declarando que su currículo de buenas obras fue actitudinal pero diversificado, que en el mundo cumplieron los objetivos conceptuales de la moral y las buenas costumbres, que de sexenio en sexenio hicieron cursos-acedés en caridad obteniendo equis créditos por cada uno, que nunca dejaron de cumplir ningún precepto divino con su correspondiente concreción curricular, que desarrollaron la transversalidad en cuantas ceremonias religiosas se congregaron y que si algún pecado cometieron, con toda presteza hicieron pruebas objetivas de recuperación de la virtud, así como reconducciones de la intencionalidad subjetiva… En fin, tal jerigonza administran al guardián del Cielo, que allí mismo se les reputa por no humanos y se les traslada aquí abajo para que discernamos qué especie de seres son y qué trato merecen.

Y así andan, concluyó mi paciente tutor, en situación de expectativa de destino eternal y mientras tanto se les administra castigos en consonancia con los males que en su vida terrenal depararon… ”

Hasta aquí el texto, mi señor Arcipreste. Dejo en sus manos y consideración si sea o no auténtico, aunque a mí, al margen de esta cuestión, se me antoja que, al menos, es acertado en su trasfondo y retrata muy verdaderamente cómo anda la enseñanza en este nuestro país.


¹Se publicó en Escuela Española en el nº 3.549 de 19 de septiembre de 2002, en Debate Profesional en el nº 129 de octubre de 2002 y en Cátedra Nova , en el nº 20 de diciembre de 2004.