EPÍSTOLA SEXTA: CONSEJAS Y SABERES PARA INSTRUCCIÓN DE PONENTES DE LICCIONES EN CUALESQUIERAS CEPS¹ DESTA REPÚBLICA².
Al Arcipreste Don Gil, de su deudo el Licenciado Galavís.
Mi señor: Sepa que ando muy mucho confundido de lo que observé y retuve de los cursos a los que el cumplimiento inminente de un nuevo sexenio, a quien el diablo confunda, me han llevado; pues si bien no aprendí mucho de ellos, quizá porque no me esforcé como debía, sí al menos comprendí cuán fácil es mantener estos retablos de maravillas que son los tales cursos, sin que nadie se moleste en descubrir y denunciar el engaño, por más que éste sea evidente la parte mayor de las veces.
Me pedís en vuestra carta que os relate lo que en los dichos cursos he observado, y esto os mando con sumo agrado, pues quizá os pudiera servir de orientación y norte para ese próximo cursillo que debéis impartir por tierra manchegas sobre “La Diversifícación Introspectiva de los Objetivos Transitorios”, y que tan apurado os mantiene. Allá van mis consejas que, amén de vos, pudiera aprovecharlas quien quisiere.
Sea la primera actuación del aspirante a ponente la de presentarse ante los asistentes como quien nada o casi nada conoce de lo que se propone desarrollar, y no proclame su ignorancia por modestia obligada, sino porque la cruda realidad luego lo evidenciará. Sígase luego con unas frases del tipo de “aquí somos todos colegas”, “arrimaros más pacá para estar más juntitos”, o “qué os voy a contar yo que no sepáis vosotros” y etc. Así se creará pronto tal espíritu de camaradería y tanta relajación que lo que luego transcurra no se podrá discernir si es ciencia, charla, elucubraciones o simples naderías de docentes en recreo. No se emplee en este prolegómeno más de diez minutos y se andará más que prudente.
Sea la segunda actividad la de obligar a los asistentes a romper los hielos que el mutuo desconocimiento los separa con sofisticadas técnicas de alta psicología: fuérzese a que digan todos y todas sus nombres, sus profesiones y sus domicilios, por riguroso tumo de círculo impreciso; declaren cuántos hijos tengan, o cuántos tendrían si se terciase, de qué escuela procedan y si les gusta más la calceta que el punto de cruz o lo contrario, pues al acabar tales declaraciones públicas sin tribunal, a buen seguro que serán ya como parientes de sangre o al menos de leche. No obstante pudiera ser que el grupo afirme que ya es la sexta vez que en el curso se ha hecho la experiencia y que, salvo sea el ombligo y algún recovequillo del alma, conocen del vecino más que la mismísima madre que los alumbró y no desean conocer más. Dígase entonces que al hombre nunca acaba de comprendérsele bien pues como dijo César (o cualquier otro clásico que nos convenga.) “Si vis pacem, para bellum” y con esta cita se les persuada, por más que no venga a cuento en absoluto.
Por lo que tengo visto, el rompimiento de hielos dura al menos su media hora, con lo que, llegados a este punto, se debe dar descanso a los recién bautizados en la fe del reconocimiento recíproco, citándoseles diez minutos después para regresar pasados más bien una veintena.
Sea la tercera conseja la de que no se desarrolle tema alguno, ni conjunto de ideas organizado, ni narración auténtica de experiencias reales del ponente en algún aula con alumnos, y mucho menos pretender aportar las últimas investigaciones contrastadas que sobre Pedagogía se posean, pues pudieran aburrir al oyente. Más bien dense tres nociones ligerísimas de cualquier obviedad, pero que tengan al menos un mínimo de tangencialidad con el “currículo”; proyéctense unos mapas conceptuales, mejor en una pared que en otro soporte –y que versen sobre muy menguados conceptos- y repártanse no más de quince fotocopias de lo que al respecto han pensado que se pueda hacer unos compañeros de un suburbio de gran ciudad. Sin duda se habrán consumido sus buenos treinta minutos y la sesión andará casi cumplida.
Y remátese, y mis consejas también aquí se acaban, con una reunión de grupos para discutir lo que allí se ha desarrollado. Estos grupos deben finalmente poner en común, a través de esclarecidos portavoces, las hermosas –y variopintas– conclusiones a que se haya llegado sobre, pongo por caso: “¿Cómo puede ser el docente más motivador el viernes a última hora?”
Con toda seguridad se habrán agotado ya las dos horas que cada ponencia debe durar y así se habrá llegado al fin casi sin que nadie sepa muy bien qué se ha hecho, por qué, ni para qué, y los más deseen que aquello acabe cuanto antes.
Vale, pues, señor Arcipreste y tenga mis consejas por lo que son: tal vez un punto exageradas, pero no descaminadas en la intención y es ésta la de mejorar lo que de verdad nos conviene a todos los del Mester de Enseñería, o sea, el propio Mester.
Su fiel servidor que desea para vos lo mejor en esa nueva andadura ponencial.
¹ Llámanse CEPS en la jerga logsiana que nos invadió no ha mucho, a aquellos lugares do el conjunto de maesas y maesos acuden a recibir licción que los modernice y actualice convenientemente, para así encarar mejor sus sublime y complicada tarea, y de paso ganarse unos puntillos para alcanzar sus sexénicos aumentos de sueldo. (N. del A.)
² Se publicó en Escuela Española en el nº 3.410 de 20 de mayo de 1999, en Debate profesional en el nº 104 de diciembre de 1999 así como en Cátedra Nova en el nº 20 de diciembre de 2004.