EPÍSTOLA UNDÉCIMA: UN DIABLO EN EL INSTITUTO

Mi muy estimado amigo Pasmarín. Me cabe el honor de enviarte un escrito que a su vez me ha remitido un colega de mi Instituto. Al pobre, algo alienado ya por los muchos años de docencia, le da a veces por imaginar y redactar historias como la que sigue. Bien sé de tu gusto por todo aquello que almacene un punto de heterodoxia, así que te la remito por si te place leerla. Ahí va:

“En el Averno había extrañeza porque en los últimos sexenios prácticamente no llegaba a aquellos inframundos ningún alma de profesor o maestro de escuela que allí acabase, culpada por sus pecados en la vida terrena. Entre los jerifaltes infernales se aventuraban varias teorías y unos decían que debían ser personas de miras tan altas y tan ocupadas en lograr lo mejor para los alumnos, que no tenían tiempo libre para las malas acciones por las que luego se condenaran. Aventuraban otros que, dadas las dificultades que entraña este oficio de enseñar, solo gente un poco simple lo escogiera y de ahí que, al morir, los profesores iban derechos al Limbo cual si fueran niños de pecho. Y un demonio cojitranco y resentido sentenció que, al ser estos humanos gente amiga de muchas conmemoraciones y muy de guardar festividades de Santos Patrones, Navidades, Semanas Santas y demás santorales, tenían en el cielo valedores en exceso que tiraban de ellos al morir, perdonándoseles las faltas por una múltiple y combinada intercesión celestial.

Para indagar sobre el asunto, fue enviado al mundo un demonio ya algo viejo que, por su edad y condición diablesca, acumulaba bastante sabiduría en cuestiones de deslices y debilidades humanas. Antes de partir, el Diablo Mayor le ordenó como tarea averiguar qué ocurría entre el gremio de los enseñantes, al tiempo que le encargaba tentar a los profesores para procurar que pecasen holgadamente y asegurarse clientela en el futuro. Pero en el mandado, le advirtió, solo se le concedía licencia para asediar y seducir en tres pecados: la lujuria, la pereza y la gula. Y ni uno más, pues hasta el mismísimo infierno padecía la crisis universal y era preciso economizar en todas partes.

Así pues, nuestro diantre comisionado accedió al terrenal mundo eligiendo para su encargo cierto país mediterráneo, y más luego dirigió sus pasos a un centro de enseñanza secundaria. Ya en un Instituto de aquel país, decidió comenzar por tentar en la lujuria, pues presumía hallaría campo abonado entre tanto hombre y mujer allí juntos. Para hacer más fácil su trabajo, se encarnó bajo la figura de una jovencísima interina de impresionante cuerpo, de sensual mirada y de ajustadísima camiseta solidaria con cierta ONG y con su epidermis. Pero en todos a cuantos se acercó, insinuándose a modo, únicamente encontró frialdad y amable distanciamiento, pues bien sabido es que la enseñanza atempera la libido y sustituye la pasión amorosa por el afán de cumplir la Programación del Departamento, que es como si dijéramos una especie de sexo virtual que reemplaza al real.

Probó luego suerte con la gula, excitando a varios profesores y profesoras con pensamientos de comidas abundantes y viandas sabrosísimas, pero ninguno sucumbió, pues andaban muy preocupados por la imagen que dieran en los numerosísimos cursos de Actualización Didáctica a que asistían, y así, el que no seguía la dieta de los zumos, practicaba el vegetarianismo activo o se había apuntado a cursos de yoga con ayuno controlado. Y tampoco consiguió nada con la pereza, pues a quienes tentó la rechazaron, no se sabe bien si por virtud propia, por la disciplina impuesta por el jefe de Estudios o porque, como muchos decían, lo malo, cuanto antes se encare, antes se acaba.

Y cuando ya daba por fracasada su misión y se encaminaba de regreso al inframundo sombrío, dio la casualidad de que pasó por delante de un Departamento Didáctico, cuya puerta estaba abierta. Se asomó al interior y vio que no había nadie, así que entró para curiosear entre libros, documentos, ordenadores y montones de carpetas llenas de folios encuadernados. Abrió una de ellas con el título de “Área de Ciencias Sociales” y comenzó a leer un párrafo del inicio que asentaba: “El alumno/a quedará capacitado/a, mediante la transversalidad intracognitiva, para acceder al nivel procedimental recurrente posterior, cuyos objetivos de etapa se implementarán en base a la concreción curricular…”. ¿Qué sería aquello? se preguntó. No entendía nada. Probó mejor fortuna unas páginas más adelante donde volvió a leer: “Objetivo secuencial del Área: al finalizar el curso académico, el sujeto discente habrá subsumido su empatía con el entorno biogeográfico en que está inmerso (tanto a nivel local, como regional y estatal), al tiempo que interiorizará su compromiso de eticidad consumidora practicando el reciclamiento plurigestional y diversificado.” ¡Coñe!, se le escapó al acabar, cada vez más desorientado. Siguió ojeando otros muchos párrafos similares y, a medida que avanzaba en la lectura, era paralela su incomprensión absoluta acerca de lo que allí se había redactado. Era un lenguaje hermético, inasequible para profanos. Entonces se le hizo la luz en sus entendederas. ¡Virgen de La Evaluación Continua!, iba a exclamar, aunque enseguida se arrepintió de la invocación, pues su procedencia infernal se lo vetaba. ¡Carallo! espetó, en clave más diabólica y galaica, pues hubo un tiempo que anduvo ejerciendo por As Rías Baixas. ¡Ahora resulta que todo es ciencia oculta, sortilegios, cosas de gentiles nigromantes! Estos están pecando de brujería y hechicería, si no es que practican la magia negra. ¡Ya tengo caso!, se alegró. Aunque por poco tiempo, pues recordó enseguida que en la encomienda solo se le permitía, por razones de economía infernal, faenar en tres pecados y no en un cuarto. Aparte de que, con aquella jerga, no habría diablo capaz de discernir si aquello era pecado de ocultismo o simple delirio de orates sin responsabilidad.

Ya de vuelta a las tinieblas, derrotado, frustrado y un punto mohíno, al anciano diablo le concedieron la jubilación, pues ha de saberse que hasta allí se descansa al cabo de los siglos, y para que fuese útil en su retiro, se le encargó mantener la red de Intranet de los Infiernos. Pero los diablos jóvenes, muchos de ellos todavía interinos, y siempre dispuestos a maldades, no hacían sino, todos los 28 de diciembre, inocular virus informáticos en la red infernal que desmoronaban el sistema. Eran tiempos nuevos.”