De las muchas definiciones del término Humanismo, la más exacta sobre este movimiento intelectual europeo del Renacimiento es la que dieron los mismos humanistas del objeto de sus estudios: la dedicación a las letras humanas o letras de humanidad. Letras, en aquella época, se referían a todo tipo de conocimientos que supongan la lectura asidua de libros fundamentales.

El humanista es ante todo un lector “el que lee mucho y bien, un hombre leído”, que considera que la ciencia está casi toda encerrada en las obras de los grandes autores, sobre todo los de la antigüedad.

Hay otra acepción del término mucho más sencilla y es la que podemos ver en el diccionario de María Moliner, que define el Humanismo o las Humanidades como conocimientos o estudios que enriquecen el espíritu, pero no son de aplicación práctica inmediata, como las lenguas clásicas, la historia o la filosofía.

Para el doctor Marañón, que destacó como médico, científico, humanista, escritor, intelectual liberal, político y pensador, no es posible imaginar un médico sin cultura humanística. Para él, la Medicina es una filosofía de vida, y el enfermo necesita más que un técnico, alguien que sepa compartir su sufrimiento y le ayude a superarlo.

Parecidos comentarios podríamos hacer de Ramón y Cajal, Laín Entralgo, Rof Carballo o Letamendi. Todos ellos, que alcanzaron las más altas cotas dentro de la profesión médica, tienen algo en común: el cultivo de las Humanidades.

El caso del profesor Letamendi merece algunos comentarios aparte por su singularidad. Fue catedrático de Anatomía en Barcelona y de Patología general en Madrid. Desarrolló una amplísima actividad humanística y en su época fue considerado un genio, ya que fue, además: antropólogo, filósofo, pedagogo, pintor y violinista aficionado; escribió varios libros y más de mil artículos sobre diferentes temas. Suya es la célebre frase:

“El médico que solo medicina sabe, ni siquiera medicina sabe”

maranon
En su cátedra de Patología general de Madrid tuvo como alumno a Pío Baroja, a quien suspendió tres veces, cosa que don Pío nunca le perdonaría.

Esta inquina se vería reflejada años más tarde en su novela, El árbol de la ciencia; donde Baroja lo describe así: “Letamendi era un señor flaco, bajito, escuálido, con melenas grises y barba blanca. Tenía cierto tipo de aguilucho, la nariz corva, los ojos hundidos y brillantes”.

Baroja no fue en esencia un médico humanista, fue un humanista médico, al que, sin duda, su formación médica le ayudó a alcanzar el éxito como escritor.

El Humanismo impregna necesariamente la vida del médico porque trata a diario con seres humanos, conoce sus miserias y sus grandezas, capta con facilidad sus sentimientos y preocupaciones, y es a menudo testigo de situaciones de júbilo y de tristeza, como el nacimiento de un hijo o la enfermedad y muerte de un ser querido. De todas esas vivencias extrae lecciones que le ayudan a crecer como persona, y le dan más capacidad para comprender a sus semejantes.

El médico es un espectador más de la vida, pero es un espectador de excepción ya que lo hace desde un plano distinto a los demás. De aquí nace muchas veces su inclinación literaria.

Las Humanidades médicas abarcan un campo académico que vincula la salud y la Medicina con las Humanidades clásicas (filosofía, historia), las artes (literatura, música), y las ciencias sociales (sociología, antropología, psicología).

El Humanismo médico gira alrededor de la relación entre el médico y el paciente. En esta era de supertecnologías aplicadas al diagnóstico y tratamiento de las enfermedades que amenazan con hacer desaparecer la figura del médico, el paciente demanda más que nunca su presencia, su proximidad, su mirada, que parece estar a menudo solo pendiente de la pantalla del ordenador; está reclamando una Medicina más racional, más sosegada, más humana; que no trate de compensar la escasez de tiempo con la petición de pruebas complementarias muchas veces excesivas o incluso innecesarias.

Las nuevas generaciones de médicos lo tienen difícil, porque la Medicina se ha tecnificado, burocratizado y masificado en exceso, atendiendo a un número elevado de personas en un tiempo de consulta limitado y esto ha deteriorado la necesaria relación médico- enfermo.

Es necesario implantar nuevas formas de Asistencia Sanitaria donde prime la calidad sobre la cantidad.

“Tratemos, no las enfermedades del hombre, sino al hombre enfermo” dice el aforismo hipocrático; que actualizado a nuestro tiempo, es lo que están haciendo ahora, cada día, de forma heroica y hasta la extenuación, todos los profesionales de la salud en su lucha diaria contra la Covid-19.

letamendi