II.- MI NIETO Y YO (*)
Tengo un nieto y eso es un lujo. Con la tasa de natalidad tan escasa que se acostumbra en este país, a pesar de esporádicos reuntes, tener un nieto es tener un auténtico tesoro. Lo noto sobre todo cuando me aireo con él por el parque. Vemos muchos perros paseados por gente de mi edad y a mi nieto le gusta enrollarse con los perros. Sin ninguna vergüenza, desinhibido, pregunta a los dueños: ¿puedo acariciar al perrito? Suelen decirle que sí, y me doy cuenta de que muchos de los complacientes dueños de las mascotas miran al muchachito con cierto arrobamiento, diría que con envidia. En algunas conversaciones, (a mí me gustan los perros y también enrollarme con las personas), más de uno me ha dicho: pues ya ve, en vez de nietos, mi hija (o, mi hijo) me ha dejado un perro; lo trajo un día y en casa se ha quedado. Claro que ahora, me advierten enseguida, ya le hemos cogido cariño (al perro) y nos lo hemos quedado. Pero cuando lo que pasean son nietas, o nietos, como el mío, se ha convertido en un lugar común quejarse del papel al que nos relegan los hijos, de cuidadores de sus crías mientras ellos se buscan la vida. Ya no es como antes, ni mucho menos, se asegura con gesto que aparenta desazón; incluso alguno hay gracioso que imagina que somos una O.N.G.: la de Abuelitos Sin Fronteras, pues en todas las Autonomías de España se reproduce el mismo fenómeno. Pero yo sé que en el fondo están muy contentos de pasear a su nieta o su nieto y, a veces, también a un perrito, deshaciendo así ese drama frustrante del hijo que te trae a casa un cachorrito de can en vez de un bebé.
Como saben, tengo un nieto que se llama Nanuk (y se escribe Nanook). El nombre resulta un poco rarillo por estos pagos, pero ya me he acostumbrado y ahora me parece curioso y muy sonoro, llamativo. Además. me da pie para enrollarme aún más con los abuelos paseantes para explicarles el origen del nombre extranjero. Nanuk ya ha cumplido cinco años y, sin que yo necesite consultar enciclopedia alguna, sé que ya ha empezado a razonar como lo hará luego, cuando sea mayor. Afortunadamente sus razonamientos atañen a cuestiones todavía infantiles, pero sus mecanismos lógicos son los mismos que los de una persona madura. Si me pide que le compre unas chucherías y, para salir del paso, pues no son convenientes, le miento que no tengo dinero, me contesta: entonces, vamos al cajero a sacarlo. Asunto resuelto.
Nanuk es tierno y apacible, como el amigo de Juan Ramón Jiménez, (cien años ya de Platero), aunque en versión humana. También cuando le llamo dulcemente ‒cito de memoria‒ viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe con todos los cascabeles de su alma. Y me permite ser algo poeta cuando estoy con él, pues le digo frases sentidas que me daría vergüenza reproducir aquí. Es ahora cuando no me parecen tan cursis y extraños los versos de “El Vaquerillo” de Gabriel y Galán, porque yo también tengo miedos, aunque no de horrendas tarántulas o águilas voraces, que los tiempos han cambiado, pero sí de que se haga daño al correr como una centella por la arena del parque o al bajar como un cohete por el tobogán. Ahora reservo para él cariños y arrumacos que ya tenía en desuso. Es nuestro Petit Prince casero y, como a Saint-Exupéry, me hace pensar que las personas mayores somos muy, pero que muy obtusas y convencionales.
Mi nieto me llena de ternura: entiéndanme, me hace ser mejor. Dan ganas de creer que Dios nos escucha para rogarle que le haga bueno y feliz, y que los primeros desengaños que reciba de este puñetero mundo, no sean tan tristes como para impedirle disfrutar de tantas personas y cosas admirables que descubrirá en un futuro placentero….
Su madre es muy moderna, porque ha nacido y vivido a caballo de estos dos siglos tan recientes, pero es una buenísima madre, porque ser una mujer actual no impide, sino todo lo contrario, ser una madre admirable. Por eso se preocupa en buscar una educación alternativa a la oficial para su hijo, pues sospecha que todas esas magníficas teorías que se alumbraron con las múltiples reformas educativas no hayan sido más que cortinas de humo y tramoya de educadores de salón, que se han quedado en el árbol de la Pedagogía prendidos como frutos secos o como adornos de Navidad, relumbrantes pero huecos. Ella quiere que su hijo aprenda por sí mismo, pero de verdad, que antes de aprender se vea motivado, pero de verdad, que no se le impongan reglas, sino que las comprenda, pero de verdad, que se le dé casi más importancia aprender a relacionarse, que aprender la tabla del siete, pero de verdad, que asuma los valores mejores de nuestra sociedad, pero de verdad, es decir, poniéndolos en práctica en el aula, con los compañeros y no en los escritos que llamamos programaciones. Su madre sostiene que, para favorecer el aprendizaje desde su interior, debe facilitársele una gran variedad de experiencias vitales, sensoriales, manipulativas, relacionales. No desea que le evalúen con notas, sino con informes particulares y que la figura del profesor que explica contenidos y alumno que los memoriza se transforme en el papel del profesor que acompaña al niño en este proceso, según las cualidades de cada uno. Su madre quiere que Nanuk, su hijo, mi nieto, sea ahora un niño dichoso y, más adelante, un adulto de mente libre que sepa buscar su propia felicidad al tiempo que ayuda a que otros la encuentren. Hermosas ideas que deseo se hagan realidad.
Tengo un nieto que, a mí, cómo no, me parece encantador. Es todo un lujo.
(* Diario HOY, 21/12/2014)