La confluencia en Salamanca de la congregación de los dominicos, en el convento de San Esteban, y la tradición escolástica en la Universidad de Salamanca, dio lugar a comienzos del siglo XVI a la denominada “Escuela de Salamanca”, que partiendo del pensamiento teológico de San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino hizo surgir el derecho de gentes y el concepto de justicia, bases de lo que hoy conocemos como derechos humanos, además de sentar las bases para un enfoque científico de la economía, con la aplicación del lenguaje matemático a las cuestiones económicas.
El enfoque matemático de esta Escuela se encuentra ya en sus inicios allá por 1526, año de la año de la llegada del dominico Francisco de Vitoria a la Universidad de Salamanca, para ocupar la cátedra de prima de Teología, al que se uniría en 1531 Domingo de Soto, que alcanzó la cátedra de vísperas de Teología. Formados ambos en el razonamiento matemático de los calculadores de Oxford, que conocieron durante sus estancias en la Universidad de París, surgió en ellos el interés por la economía al reflexionar sobre el fenómeno social que en aquella época estaba suponiendo para España la llegada de oro y plata de América. Al estudio de la convulsión económica derivada del descubrimiento americano cabe atribuir el origen de la teoría cuantitativa del dinero, el valor y el precio, a la que hicieron las primeras aportaciones Cristóbal de Villalón en su “Provechoso tratado de cambios y contrataciones de mercaderes y reprovación de la usura” (1541), y el franciscano Luis de Alcalá con sus obras “Tractado en que a la clara se ponen y determinan las materias de los préstamos que se usan entre los que tractan y negocian” (1543) y “Tractado de los préstamos que passan entre mercaderes y tractantes” (1546), así como el jesuita Luis Saravia de la Calle con su “Instrucción de mercaderes” (1544).
A ellos cabe sumar la aportación de Juan de Medina, quien en su “Codex de Restitutione et cõtractibus” (1546) describe la doctrina de la competencia entre compradores en el mercado, así como el concepto de precio justo y las vías para conocerlo. Sobre el precio justo escribió también Diego de Covarrubias y Leyva, afirmando que “El valor de un artículo no depende de su naturaleza esencial sino de la estimación de los hombres, incluso cuando esa estimación sea tonta”. En el mismo sentido se manifestaría años más tarde otro profesor salmantino, Juan de Salas, que en sus en sus “Commentarii in Secundam secundæ D. Thomæ de contractibus” (1617) declara que el precio natural no es posible, pues sólo Dios conoce el valor exacto del precio justo porque hay muchos factores y muchas causas que lo determinan, por eso el hombre solamente puede conocer los límites inferior y superior del valor de este precio.
Junto a los citados precursores de la teoría cuantitativa del dinero, cabe citar al maestro en cánones de la Universidad de Salamanca Martín de Azpilcueta, con su obra “Comentario resolutorio de cambios” (1556). Él es el primero el formular la tesis de que la abundancia de dinero trae consigo la inflación de precios, de la que se derivan males sociales. Y también fue pionero introduciendo la velocidad de circulación del dinero, formulada como el producto del nivel de precios por las transacciones realizadas, dividido por la masa monetaria. También se atribuye a de Azpilcueta la primera formulación de la teoría de la paridad del poder adquisitivo, en función de la fluctuación de precios entre distintos lugares y mercados., así como la consideración del dinero como una mercancía por la cual se puede obtener un beneficio, el interés, considerado como una fórmula de pago que depende del tiempo.
A partir de estas fuentes, la formalización de la teoría cuantitativa del dinero en la Escuela de Salamanca cabe atribuírsela al dominico Tomás de Mercado, con sus obras “Tratos y contratos de mercaderes y tratantes” (1569) y “Suma de tratos y contratos” (1571), definiendo el concepto de precio justo, analizando el efecto del comercio de ultramar, las ferias, los monopolios, las prácticas de cambios, la actividad bancaria, los préstamos y la usura.
El también dominico Francisco García vino a sumarse desde la Universidad de Valencia a la Escuela de Salamanca, aportando el concepto de utilidad marginal decreciente, explicada en relación con el dinero, en su “Tratado utilísimo y muy general de todos los contratos, cuantos en los negocios humanos se suelen ofrecer” (1583). Desde Valencia vieron también las aportaciones a la teoría económica del agustino Miguel Salón, que en su ““Commentariorum in Disputationem de Iustitia Quam Habet D. Tho. Sectione Secundae partis suae Summa Theologicae” (1591) defiende que la posesión no es un pecado, y que es una herejía decir que aquellos que poseían bienes no podrían entrar en el reino de los cielos.
En la misma Escuela cabe incluir al jesuita Luis de Molina, que tras estudiar derecho en Salamanca pasó por las universidades de Alcalá, Coimbra y Évora. Entre sus escritos sobre economía, recogidos en el tratado “De Justitia et Jure” (1593), figura la afirmación “Cuanto menor es la cantidad de dinero en un lugar más aumenta su valor y, por tanto, caeterisparibus, con la misma cantidad de dinero se pueden comprar más cosas…”. De Molina estableció también la relación del valor con la utilidad, matizando el concepto de precio justo, al escribir “El precio se considera justo o injusto no basándose en la naturaleza de las cosas consideradas en sí mismas (lo que llevaría a valorarlas por su nobleza o perfección), sino en cuanto sirven a la utilidad humana”. También se manifestó Luis de Molina en contra del derecho a la propiedad de los territorios de América y de la explotación de los más débiles por los más poderosos, una teoría que luego fue reforzada por otro jesuita, Juan de Mariana, que también fue autor de obras sobre economía política, entre las que destacan “De Rege et Regis Institutione” (1599) y “De Monetae Mutatione” (1609).
Entre los últimos integrantes de la Escuela de Salamanca cabe citar a Juan de Lugo, con sus obras “Disputationes scholasticae et morales” (1638) y “De iustitia et iure”(1642), en las que aborda el concepto de precios, valor, utilidad, escasez y necesidad. Partiendo de su afirmación “El precio matemáticamente justo sólo puede ser conocido por Dios”, defiende la libertad de precios y la no intervención del gobierno en los mismos. Concibe así la naturaleza dinámica del proceso de mercado, la imposibilidad del modelo de equilibrio y los depósitos bancarios como parte de la oferta monetaria.
En fin de la Escuela de Salamanca llegó a partir de 1629, cuando el Papa Urbano VIII niega el proyecto de Estatutos de la Universidad de Salamanca para que en las cátedras de Teología se enseñasen sólo las doctrinas de Santo Tomás y San Agustín. No obstante, continuaron surgiendo aportaciones del razonamiento matemático a la economía desde esta Escuela, como es el caso de Melchor de Soria, en su “Tratado de la justificación y conveniencia de la tassa de el pan” (1633), donde resuelve el problema de la tasa del precio medio del trigo aplicando el teorema del valor medio de los calculadores de Oxford, ya empleado por Domingo de Soto para establecer la fórmula de la caída de los cuerpos.