Malcolm Bradbury permaneció en Salamanca toda una semana en 1992, participando en un congreso sobre Literatura Inglesa. En mi calidad de organizador de dicho encuentro tuve la oportunidad de invitar a lo más granado de la crítica literaria británica del momento. El apoyo financiero del British Council, que entonces se preocupaba más por difundir la cultura que por hacer caja, fue fundamental. Una semana permanecimos medio centenar largo de congresistas llegados de diversos lugares del mundo –18 países, para ser exactos–“encerrados” en el Colegio Mayor Fray Luis de León. Y el escritor, crítico literario y reputado novelista Malcolm Bradbury fue una de las figuras señeras que contribuyeron al éxito de una actividad sin precedentes en España en el ámbito de la literatura de expresión inglesa.

Bradbury venía precedido por su fama como “scholar” y crítico literario. Pero para mis estudiantes era el autor de novelas de campus tan amenas y divertidas como Eating People is Wrong (1959), Stepping Westward (1965), The History Man (1975), Who Do You Think You Are? (1976), o Rates of Exchange (1983). Quienes hubieran viajado a Inglaterra podrían estar familiarizados también con sus adaptaciones de series televisivas y sus colaboraciones en la prensa periódica. En Salamanca nos ofreció la primicia de la novela que por aquellas fechas iba a aparecer en los escaparates de las librerías inglesas: Doctor Criminale, de la que hizo lecturas de varios pasajes en auténtica exclusiva, y nos avanzó alguna de las ideas que por entonces le rondaban sobre la obra que publicaría en 2000: To the Hermitage.

En esta ciudad Malcolm Bradbury se definió como liberal, poco amigo de puritanismos y profundo admirador de Borges, García Márquez y Cervantes, hasta el punto de afirmar que si Miguel de Cervantes no hubiera existido, nadie escribiría novelas. Acerca de la vitalidad del mundo literario en el Reino Unido se mostraba optimista. En este sentido, se refirió al gran número de jóvenes que hartos de la televisión, se deciden a volver a los libros, al aumento de las inversiones en las editoriales y a la calidad de las librerías inglesas. No sé si en la actualidad, de seguir vivo, seguiría pensando lo mismo. No, desde luego, por lo que a España se refiere.

Realmente, siete días de estrecha convivencia, con intensos programas de conferencias, seminarios y debates, pero también con momentos relajados de asueto, recorrido de vinos y tapas por la ciudad y alguna que otra excursión a la Sierra, dieron mucho de sí a la hora de conocer a la persona que habitaba tras un personaje aparentemente distante que se protegía del mundo exterior detrás de la sempiterna pipa. Dos años más tarde volvimos a coincidir en otro encuentro de similares características a orillas del lago Como, en Italia. Todavía guardaba fresca la hospitalidad y permanecían grabadas en su memoria las experiencias salmantinas.

Por eso, como homenaje a Salamanca, Malcolm Bradbury dio a conocer un año más tarde las excelencias de esta ciudad a millones de norteamericanos a través de un amplio reportaje en el suplemento de viajes del prestigioso New York Times, con un hermoso texto explicativo y profusión de fotos. Los paseos por la ciudad unos meses antes dieron un espléndido fruto. El reportaje incluía descripciones artísticas, históricas y literarias de los principales monumentos y lugares de interés de nuestra ciudad. Incluso aconseja a los lectores en materia de restaurantes y alojamientos, y no se olvida de Unamuno y Cervantes como figuras literarias relacionadas directamente con la historia salmantina. Seguro que muchos turistas visitaron Salamanca como consecuencia del encomiástico artículo de Bradbury. Seguro que no quedaron decepcionados.