Hay más de mil medallones que adornan las fachadas y los pórticos de los monumentos salmantinos. Algunos, sobre todo los del siglo XVI, son verdaderas joyas. Sin llegar a ese nivel, los del siglo XVIII, como la mayoría de los de la Plaza Mayor, son dignos de admiración.

Siendo como es la Plaza “el cuarto de estar de los salmantinos” y un lugar de visita obligado para los foráneos, los medallones que adornan las enjutas de sus arcos no pasan desapercibidos. Sobre todo desde que se eliminaron los toldos que durante tanto tiempo dificultaron su vista.

Fue el onubense Rodrigo Caballero y Llanes  el regidor al que debemos la actual Plaza y el que diseñó el programa iconográfico inicial formado por cuatro pabellones en cada uno de los lados de la Plaza. Rodrigo Caballero fue Corregidor de la Coruña en 1720 y en 1726 Corregidor de Salamanca. Finalizó su carrera, ya mayor, siendo Asistente de Sevilla. Hasta 1975 no tuvo su medallón en la Plaza.

 

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Medallón del Regidor de Salamanca Rodrigo Caballero y Llanes

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Lápida de Fonseca. Capilla del Colegio Mayor Fonseca. Salamanca.

De los cuatro pabellones, el Real y el Consistorial no ofrecen duda en cuanto a su contenido, aunque luego vemos que en el Consistorial hay personajes que nada tienen que ver con el Ayuntamiento. El de San Martín, dedicado a militares y conquistadores y el de Petrineros totalmente heterogéneo, son más problemáticos.

La Universidad, a la que Salamanca debe su prestigio y fama internacional, tiene su representación. Hay un medallón dedicado a Fray Luis de León y otro a Unamuno. Ambos merecidísimos.

Pero habiendo medallones dedicados a personajes tan discutibles como Amadeo I de Saboya, de una efímera dinastía fallida que no gozó del aprecio de los españoles del momento y que además está ubicado en el Pabellón Consistorial, o al Duque de Wellington cuya casa museo en Londres contiene una cantidad ingente de objetos y obras de arte fruto del expolio en la Guerra de la Independencia; no se entiende que no exista un medallón dedicado  al salmantino que fundó el primer Colegio Mayor de España: Diego de Anaya y Maldonado o al fundador de otro de los grandes Colegios Mayores: el Colegio Fonseca, dedicado a Santiago el Mayor.

Nos referimos a Alonso III Fonseca, al que se suele hacer referencia por los apellidos Fonseca Ulloa. Pero en aquella época no era obligatoria la utilización de los apellidos paterno y materno y había libertad de elección, pudiendo como es el caso, que varios hermanos eligieran apellidos distintos. El fundador del Colegio de Santiago el Mayor  eligió los mismos apellidos que su padre el también Arzobispo Fonseca. Se llamó Alonso Fonseca Acebedo, y así figura en la lápida que se conserva en la capilla del Colegio.

Su padre, Alonso II Fonseca Acebedo, está enterrado en el Convento de las Úrsulas, en un grandioso mausoleo obra de Diego de Siloé. Enfrente, tiene un magnífico medallón en la Casa de las Muertes, que fue sede de su Mayorazgo. De su relación en Galicia con María de Ulloa, Señora de Cambados, nació el famoso mecenas del arte y la cultura Alonso III Fonseca.

En  Santiago de Compostela, el Pazo de Fonseca, dedicado a Santiago el Menor, que también fue obra suya, tiene en su claustro una gran escultura del Arzobispo sentado y su figura, muy popular en la cerámica de Sargadelos, está presente en la cultura popular porque el Colegio que allí fundó fue germen de la Universidad Compostelana. La tuna compostelana lo recuerda en su famosa canción “sola se queda Fonseca…”

Sin embargo es en Salamanca, donde su impronta en la arquitectura es mayor aún que en Santiago, donde se formó en su Universidad y donde está enterrado por decisión propia. Prefirió para su entierro a su Colegio salmantino al que nombró heredero universal de sus bienes, antes que la Catedral toledana donde era primado de España.

Pero a pesar de los vínculos salmantinos, con frecuencia se omite la referencia a Fonseca al referirse al Colegio. Son habituales las denominaciones de “Colegio del Arzobispo” o “Colegio de los Irlandeses” en lugar de Colegio Mayor Fonseca. Y además de esto, la imagen de Alonso III Fonseca, inexplicablemente no ha merecido hasta ahora figurar en los arcos de la Plaza Mayor.