El pasado domingo 3 de abril de 2022 acudí a las visitas guiadas que Turismo de Salamanca había organizado en el cerro de San Vicente. Allí se encuentran los restos del primer asentamiento estable de la ciudad -datado entre los siglos VII y IV a.C.- y los del primer monasterio salmantino documentado -primera mitad del siglo XII-. Yo iba bien informado de la historia del lugar y por ende precavido ante las interpretaciones que me pudieran transmitir los guías. Las visitas, sin embargo, superaron con creces mis expectativas. Y se superaron precisamente por la excelencia de las mismas, a cargo de los arqueólogos Javier San Vicente y Cristina Alario.

Javier fue el encargado del paseo y la interpretación arqueológica de la parte más alta del cerro, donde yace el poblado de la Primera Edad del Hierro. Simpatía, amplio conocimiento, registro discursivo adaptado a un gran público y pequeñas dosis de humor hicieron que la más de hora y media se pasara volando, a pesar del frío que imperaba en la mañana. Tras la oportuna introducción, pusimos marcha a uno de los miradores desde el que se avista una amplia panorámica del casco histórico salmantino, del río Tormes e incluso de la lejana Sierra de Béjar. La contextualización hizo hincapié en que el primer asentamiento prehistórico se dio en San Vicente y no en el Teso de las Catedrales por las menores dimensiones de aquel, más cómodo para un grupo social que no sería excesivamente numeroso y con la sola necesidad de fortificar una pequeña parte del cerro.

El arqueólogo nos contó cómo en los años 50 se atisbaron los primeros indicios del poblado cuando un vecino puso ciertos restos materiales en conocimiento del profesor Joan Maluquer -catedrático de la universidad-, quien redactó un primer estudio. Entonces se erigía en el cerro el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe que sería derruido años después. En los años 90 se iniciarían las primeras excavaciones, que aún hoy tienen continuidad. El horizonte cultural al que se adscriben los restos sanvicenteños es el denominado ‘Soto de Medinilla’ -por el yacimiento vallisoletano homónimo-, caracterizado por materiales cerámicos con decoración sencilla y cabañas circulares hechas de adobe. En efecto, en la zona ya excavada se distinguen cuatro viviendas -una de ellas rectangular, cuya interpretación lleva a considerarla de los tiempos finales de habitación-, una pequeña calle y varios silos para el almacenaje de grano. Todo en muy buen estado de conservación. Aún no se tienen evidencias claras de los últimos momentos del poblado, no han aparecido restos de destrucción, pero se cree que pudo estar relacionado con la aparición de un asentamiento castrense en el Teso de las Catedrales, hacia el siglo IV a. C., el que se encontraron cartagineses primero y romanos después y que distintos historiadores han asociado a los pueblos vacceo y vetón.

La segunda visita, por su parte, fue llevada a cabo por otra arqueóloga, Cristina, quien explicó el desarrollo histórico del monasterio de San Vicente y la revalorización de sus ecos patrimoniales en el museo y en la ladera del cerro. Amable, profundamente instruida, con claridad expositiva y con la alegría de enseñar a los visitantes el fruto de dos décadas de trabajo. Un documento de donación datado en 1143 menciona este monasterio por primera vez en la Historia. No obstante, indicios indirectos intuyen la existencia del mismo con anterioridad, tal vez con origen en la primera repoblación de Salamanca promocionada por el rey Ramiro II de León -hacia el año 940-, aunque las acometidas de Almanzor a finales de ese siglo X destruirían este tipo de iniciativas cristianas. Lo cierto es que tras la segunda repoblación y definitiva se conformaría el primitivo edificio monacal, perteneciente a monjes cluniacienses. A inicios del XVI una nueva donación adscribe el monasterio a una nueva rama benedictina asociada a San Benito de Valladolid y comienza una etapa de esplendor sanvicenteño con la creación de un colegio y cátedras de la universidad salmantina. La construcción monacal sería ampliada siguiendo modelos renacentistas vigentes en la época -como puede vislumbrarse en el grabado de Wyngaerde de 1570- y el protagonismo de la institución sería tal que su prior gozó de grandes privilegios en el contexto local -de hecho, la calle salmantina llamada “del Prior” se debe a de San Vicente-.

La decadencia del monasterio, como la de toda la ciudad, tiene sus raíces en el siglo XVII pero el primer golpe a su arquitectura puede resaltarse en 1755 tras el terremoto de Lisboa. Unos contrafuertes se añadieron entonces a la estructura del claustro y el aspecto fortificado que le confirió sería motivo de peso, junto a su situación estratégica, para que las tropas napoleónicas se instalaran en su interior cuando se hicieron con Salamanca en la Guerra de la Independencia. Los aliados españoles, portugueses e ingleses bombardearían el fortín francés y el proceso de arruinamiento posterior fue inevitable tras los decretos de desamortización. Sus restos sirvieron como cantera a las viviendas de los barrios de San Vicente, barrio Chino y barrio de Los Milagros surgidos a lo largo del siglo decimonónico hasta que a finales del XX comenzó la etapa nueva vinculada al parque arqueológico. El edificio actual del Museo CSV (Cerro de San Vicente) ha respetado la planta histórica del claustro y ha integrado un suelo de cantos rodados con forma de mosaico y las antiguas bodegas que pronto se convertirán en espacio para exposiciones. Un extraordinario ejemplo de revalorización patrimonial.

La visita continuó por los exteriores del otrora claustro monacal, donde se pueden distinguir las bases de los contrafuertes añadidos en el XVIII o el saliente de un canal de evacuación de aguas residuales. Siguiendo el camino que tomaban los monjes desde la puerta de la bodega hasta sus huertas sitas en la ladera del cerro, la arqueóloga nos explicó con mimo el proceso de puesta en valor de los antiguos bancales, reconvertidos ahora en zona de paseo. El parque ha respetado restos arqueológicos que señalan pasos empedrados entre las antiguas áreas de laboreo, un muro separador del mirador sobre la cerca nueva que ya disfrutaron los monjes, una alberca asociada al molino que hoy irrumpe sobre la carretera y otros ecos del sistema de irrigación. Esta ladera aterrazada sirvió para huertas desde época prehistórica hasta los años 80 del siglo XX. Toda una proeza humana en brusco descenso hacia el arroyo de Los Milagros y el vado de la Palma. La revalorización de este espacio ha procurado igualmente ayudar a la mitigación del cambio climático y ha sembrado de distintas especies la ladera, dibujando un bonito manto verde que hará las delicias de los ciudadanos.

Fue una jornada fría pero tremendamente instructiva. Desde estas líneas agradezco -creo que en nombre de gran parte de la ciudadanía salmantina- a todas las personas que han hecho posible la excelente revalorización del cerro de San Vicente. En especial, por su buen hacer y capacidad de transmitir aquel día, a Javier San Vicente y a Cristina Alario. Está claro que la investigación histórica tiene que ir de la mano de la socialización del Patrimonio. Solo así puede comprenderse un proceso de tal calado para la ciudad de Salamanca: los orígenes mismos de la ciudad como asentamiento estable, el largo discurrir de un monasterio durante siete siglos y, por fin, el museo y parque arqueológico y ecológico que reinterpreta el tiempo y el espacio para la ciudadanía del siglo XXI.