Como era de esperar, los millares de artículos, columnas, tribunas y demás opiniones actuales de nuestros periódicos y blogs comparten un monotema común, tan común que no hace falta ni explicitarlo. La mayoría de firmantes pretende darle un enfoque personal, original. Y muchos lo consiguen: he leído artículos muy técnicos, pero amenos; reflexiones sesudas, diarios personales más o menos disimulados, vivencias cotidianas elevadas a la categoría de extraordinarias… Algunos han recurrido a la historia para rescatar vestigios de las muchas plagas y pestes que han venido asolando a la humanidad desde antiguo y de las que tenemos constancia escrita. La peste de la Grecia del siglo V (a.c.), las muchas que sufrió la invencible Roma, la Peste Negra del medioevo, las oleadas del cólera de la Europa del XIX, la “gripe española”…
Yo mismo puedo ofrecerles algún apunte histórico que procede de consultas en archivos digitalizados que cualquiera de nosotros puede realizar. Sin ir más lejos, la epidemia de cólera que asoló el territorio español a mediados del XIX, la cual quedó reflejada en multitud de Boletines Oficiales provinciales, que entonces servían un poco también como gacetas locales. Como ejemplo, valga esta Circular del Ministerio de la Gobernación del Reino que se insertó a lo largo de varios B.O.P. de octubre de 1854, en este caso de Badajoz, Se trataba de las normas que se debían observar ante la epidemia, las cuales se contenían en un “Reglamento del Consejo y Juntas de Sanidad”. Y de este documento extraigo algunos textos que nos pueden ayudar a entender que lo que ocurre no es nada nuevo, salvando, claro, todo lo que estos casi dos siglos ya transcurridos nos puedan diferenciar: “No existiendo medio alguno de impedir con toda seguridad la invasión del cólera morbo asiático ni preservativo directo de este mal, se pondrán inmediatamente en práctica las precauciones higiénicas que tanto influyen en la preservación de todas la enfermedades y señaladamente de las epidémicas.” “La autoridad cuidará, en cuanto sea posible, de evitar la aglomeración de familias e individuos, durante reine la epidemia…” “Cuidarán los Gefes (sic) Políticos y Alcaldes de asegurar la subsistencia de manera que al desarrollarse la epidemia abunden en cada provincia los artículos de primera necesidad…” “Se cuidará muy especialmente de que los auxilios espirituales se administren a los enfermos de modo que no causen impresiones tristes y perjudiciales en los sanos…” Y como se pensaba que el miedo a la enfermedad era un factor en sí mismo que la agravaba y contribuía a su propagación, por esa razón “Conviene por tanto inculcar a todos la importancia de la tranquilidad de ánimo, de la limpieza, de la sobriedad, de no usar más que alimentos nutritivos y de fácil digestión, dirigiéndoles además consuelos y exhortaciones para que se resignen con los estragos de semejante plaga.”
En fin, un muestrario histórico de la contingencia humana y de nuestra fragilidad como especie, aunque seamos más conscientes de esa debilidad que en cualquier otra época de nuestra historia.
Sin embargo, no he leído nada sobre las bíblicas y cinematográficas plagas de Egipto. Sobre todo, de la última, la de aquel ángel exterminador que, con nocturnidad y sobrada eficacia, se llevó por delante a unos cuantos varones. No sé qué tipo de virus portaría, pero debió ser uno muy especializado y racista pues solo infectaba a los primogénitos y únicamente si estos eran egipcios. Ahora me conmuevo al recordar aquel Moisés advirtiendo al renuente faraón de lo que se le venía encima y cómo este, empecinado en su autocracia, ignoraba los anhelos del sufrido (y hollywoodiano) pueblo judío que se moría por irse con viento fresco a su tierra prometida.
Me comentaba hace poco mi amigo Pasmarín –en formato de pregunta retórica– si esta pandemia pasará a la historia. Yo, que estudié y enseñé historia, muy en mi papel de sabihondo, me apresuré a asegurarle que sin duda pasaría. Parece mentira que no le conozca todavía. Era una pregunta/trampa y había caído en ella. Desde ese momento Pasmarín –Pasmarín de Gatania se hace llamar de broma, pues vive en la Sierra de Gata– se explayó. Esta neoplaga, esta peste de recientísima factura se conocerá en el futuro como la Gran Pandemia Global o la Plaga China, y la contraeremos sabiendo de nuestra enfermedad muchísimo más que cualquier galeno medieval sobre las pestes. Y, seguramente, será considerada como la puerta que nos abrió, por fin, el camino a la colaboración mundial y solidaria contra desgracias venideras…
A medida que Pasmarín disertaba, con aquella racionalidad que le caracteriza, yo iba desconectando de su discurso tan intelectual, pues me volvía a la mente el recuerdo de aquellos egipcios hartos de que les llovieran ranas o fuego ardientísimo, de que les infestaran los piojos y sobre todo, de que les visitaran ángeles nocturnos que con un soplo helaban el corazón de los niños y muchachitos. Aquello sí que era miedo, y terror oscuro y desinformación, y magia y justicia divina a tope. Frente al gel desinfectante con alcohol, me resultaba mucho más romántico el añadido rojizo de la sangre del cordero que, en los dinteles de las puertas, advertía al virus angélico que allí no se debía contagiar a nadie. Y frente al Sánchez/presidente, compareciente y mirando la pantalla de la videoconferencia, me emocionaba bastante más la imagen del Moisés/Charlton Heston con su cayado hendidor de Mares Rojos para salvar a su pueblo del acoso del maldito faraón.
Por supuesto, no le dije nada a mi amigo, pero en mis adentros pensaba: para plagas, las de Egipto.
Eso sí, lo que no ha cambiado es el dolor, la pena por el familiar desaparecido. En esto, al margen de cómo sea el escenario en el que se produce, bien hace milenios, bien ahora mismo, seguimos siendo igualmente humanos, igualmente desgraciados y sensibles.