Imagen: Dennis Jarvis
“En el mes de abril de 1616 fallecía por causas naturales, a los 68 años de edad, Miguel de Cervantes Saavedra, en su domicilio particular perteneciente a la hoy conocida como Casa de Cervantes, situada en la esquina entre las madrileñas calles León y Francos (actuales calles León y Cervantes), en el conocido Barrio de las Musas o Barrio de las Letras. Pocos días después era enterrado en ese mismo barrio del Madrid de los Austrias, en la primitiva Iglesia del entonces joven Convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso”. Así comienza la exposición de motivos del Real Decreto 289/2015, de 17 de abril, por el que se crea y se regula la Comisión Nacional para la conmemoración del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, publicado en el Boletín Oficial del Estado el 23 de abril de 2015.
En el inicio de este nuevo “Año Cervantes”, y con permiso del gran Hamete Benengeli, al que ahora me referiré, me alegra recordar la preferencia de don Miguel por la Universidad de Salamanca, a la que gusta de citar en boca de don Quijote, Sancho u otros personajes. Es precisamente un bachiller salmanticense, Sansón Carrasco, “no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón”, quien en los inicios de la segunda parte revela el “origen” de la historia de don Quijote de La Mancha: “Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano”. Se refiere a la narración por Cervantes del hallazgo de la historia de don Quijote en la alcaná de Toledo. Allí apareció un muchacho con unos cartapacios y Cervantes, “aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles”, se vio atraído por uno de los textos compuesto en árabe. Encontró a un morisco aljamiado que le descubrió el título. Lo compró por medio real y pagó por la traducción dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo.
Me encanta, por cierto, cómo y para qué crea a Hamete Benengeli (o Berenjena, según Sancho), la manera de describirlo y de permitirle hablar, de castellanizar el nombre árabe (Ahmed) y de arabizar su propio apellido (cervatillo). Es el álter ego musulmán, un historiador arábigo y manchego, sabio y prudente, querido por don Quijote hasta el punto de que en su lecho de muerte rogó al escribano que impidiera que ningún autor distinto de Benengeli lo resucitase. Solamente él conoce la verdadera historia, y no los farsantes como Avellaneda, por lo que ordena a su pluma que quede “colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada, péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte”.
No se sabe con certeza si Miguel de Cervantes Saavedra cursó estudios universitarios. Parece que, sin renunciar a su eficaz autodidactismo, visitó la Universidad de Salamanca y conoció su siempre añorado ambiente estudiantil, aunque seguramente no obtuvo título alguno. Resultaría fácil ahora acudir a la citadísima frase del “Licenciado Vidriera”, recordada en la fachada de las Escuelas Mayores que mira a la plaza de Anaya: “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que la apacibilidad de su vivienda han gustado”.
La dedicación a la pluma y la espada, a la reflexión y la acción o, en definitiva, al pensamiento y el compromiso social apasionó a Cervantes y protagoniza bellos discursos de don Quijote. Dispone de este perfil precisamente un licenciado en Cánones por Salamanca, que se jacta por ello de decir su razón con palabras claras, llanas y significantes. Lo contrario le sucede a Sancho que añade o quita letras a sus vocablos, según se justifica, porque no ha estudiado en Salamanca.
El interés de don Quijote por algunos personajes conduce a nuestra ciudad. Le cuentan que Grisóstomo, al que admira por su condición de pastor y poeta, se enamoró de Marcela cuando regresó titulado por Salamanca. También aquí Lorenzo de Miranda decidió componer versos y desdeñar las enseñanzas recomendadas por su padre (Derecho y Teología). Don Quijote piensa que no debe forzársele a elegir esta o aquella ciencia, sobre todo “cuando no se ha de estudiar para pane lucrando”. Se entusiasma con sus obras y considera que merecería estar laureado por las academias de París, Bolonia y Salamanca.
Miguel de Cervantes desnudó su alma al narrar en boca de un cautivo la historia de tres hermanos que pidieron su herencia para iniciar una nueva vida: el primero en Salamanca para finalizar su carrera, el segundo en Sevilla para viajar a las Indias y el tercero en Alicante para zarpar hacia Génova y participar en la batalla de Lepanto.
El bachiller que informa de la fama alcanzada por la primera parte, Sansón Carrasco, protagonista de diversas aventuras, aparece al terminar sus clases en Salamanca. Sancho confía en él, ya que los bachilleres salmanticenses “no pueden mentir si no es cuando se les antoja o les viene muy a cuento”. A cuatro días de Barcelona un mozo que pide consejo a don Quijote y a Sancho queda impresionado por su prudencia y convencido de “que si van a estudiar a Salamanca a un tris han de venir a ser alcaldes de corte”. Si el autor formula alguna crítica, el graduado lo será por la Universidad de Osuna.
En fin, como recuerda Cervantes en “La tía fingida”, en un pasaje cuya acción se sitúa en 1575, adviertan ustedes que han de venir a Salamanca, “que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, archivo de las habilidades, tesorera de los buenos ingenios, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes: gente moza, antojadiza, arrojada, libre, liberal, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor”.