Un poco antes de jubilarme como profesor de Secundaria, disfruté de un año sabático. Mi compromiso durante su transcurso era hacer un trabajo de investigación histórica. Consistía en la búsqueda y selección de textos que pudieran considerarse básicos para la Historia Contemporánea de Extremadura, acompañados de su posible tratamiento pedagógico en el Bachillerato, pero también con una orientación propedéutica de cara a mis colegas. Como es natural, consulté infinidad de documentos en archivos provinciales y municipales, así como hemerotecas y fondos de las dos diputaciones extremeñas. Pues bien, de vez en cuando surgían, aparte de los textos “fundamentales” –recordando a Don Miguel Artola–, muchos otros que eran auténticas curiosidades y que se referían a lo más inmediato, a la cotidianidad de mis paisanos y sus avatares en otras épocas. Como es natural, no los incluí en el trabajo, pero sí los guardé en mi ordenador y de vez en cuando les echo un vistazo. La mayoría pertenecen al siglo XIX, y he pensado que algunos de ellos podrían interesar a quienes visiten este blog de Alumni Usal.

A mediados del siglo XIX en Extremadura, y en España, se robaba, cómo no. Pero los robos, hurtos y demás delitos similares, en una sociedad eminentemente rural como era aquella, tenían unas características algo diferentes a los robos actuales. Frente al hurto de herramientas o maquinaria agrícola de nuestros días, entonces se substraían caballerías que era el robo de ganado más común, entre otras cosas porque un asno, un caballo o una mula constituían un tesoro para los campesinos. También se robaban ovejas, cerdos o novillas, pero en mucha menor cantidad. Y, junto con los jumentos y mulas, protagonizaban el ranking de “afanamientos” las gallinas, que también eran un bien preciadísimo.

En los Boletines provinciales o periódicos de entonces se insertaban anuncios de los juzgados dando cuenta de los delitos y, lo que a mí más me interesó, explicitando las señas no solo de los malhechores (muy curiosas), sino también de los animales robados, a veces con una descripción breve pero muy detallada.

Hay muchas muestras, como esta: en enero de 1850 el juez de Fuente de Cantos solicita la captura de dos malhechores prófugos (un tal Molina y un tal Calderas) y para facilitarla se adjuntan sus rasgos personales: “Señas del Molina: Estatura regular, color claro, ojos pardos, y en uno de ellos un lobanillo, edad de 30 años, vestido al uso del país” y del otro, “El Calderas”, se dice que tiene “estatura más de dos varas, color claro, ojos pardos, nariz larga, edad como de treinta años, vestido al estilo del país.” Abundaban los robos en el campo y el gobernador de la provincia de Badajoz, en una circular sobre maleantes, se queja de los escasos resultados que obtienen los alcaldes en la persecución de “vagos y entretenidos”, y los califica (a los maleantes, claro) de gentes de mal vivir, “que se dedican al culpable tráfico del contrabando, sobre lo que usan armas sin la competente licencia.” Días después, a un desertor, del que se aclara que tiene dieciocho años, se le describe así: “de pelo castaño, ojos pardos, color bueno, nariz regular, barba ninguna, boca regular.” Por las mismas fechas tres maleantes roban por el camino a un vecino de Zarza junto a Alanje. Desde el juzgado se hace una relación del botín obtenido, que comprendía ”… los efectos que se mencionan a continuación: una capa de color pardo a medio uso, una alforja de lana negra con listas blancas, unos cuantos mazos de intestinos de vaca, un costal con una cuartilla de cebada, una manta de jerga de Fuente de Cantos, un ceñidor encarnado nuevo, una chaqueta de paño pardo nueva, una navaja, una petaca de becerrillo, un eslabón, piedra y yesca, cuatro monedas de plata de 19 reales, una de diez, otra de cinco, dos pesetas de 4, y unos seis o 7 reales en calderilla”. Aparte de robarle, a aquel pobre desgraciado le dejaron sin poder fumar durante una temporada.

En marzo de ese año, en el Juzgado de 1ª instancia de Zafra se interesan por dos ladrones: “Uno mediano de cuerpo y con patillas. Otro un poco más alto y sin patillas. Ambos con trages (sic) de contrabandistas, armados con escopeta de pistón y cananas, a caballo uno en una jaca mediana, pelo algo bayo y el otro también en una jaca mediana, pelo castaño claro.” Habían robado a un vecino del pueblo “23 napoleones, varias pesetas y lo demás en calderilla, y una capa de paño de grazalema a medio uso” y a otro, 38 napoleones, tres medios duros y dos pesetas.

Aunque con menos frecuencia, las mujeres aparecían también en estos edictos de los juzgados pacenses; en el de Jerez de los Caballeros se cita a una tal María Marta Cortés, por estar incursa en una causa, junto con su marido (al que ya habían encarcelado), “por heridas y malos tratamientos” a otra mujer. “Señas de María Marta Cortés: de edad mayor de 60 años, estatura regular a su sexo, delgada de cuerpo, vestida con mala ropa y miserable, nariz regular, ojos pardos y una rija en uno.”

La palma en este concurso de descripciones se la lleva sin duda el Juzgado de Mérida. Tras solicitar la aprehensión de una mujer y de una niña de cuatro años, es de esta de quien se proporcionan sus señas más pormenorizadamente y, especialmente, de su vestimenta. Eran tiempos en que la fotografía estaba en sus inicios, pero la descripción que acompaña al edicto es casi fotográfica: así retrataron a la niña “…de color moreno acobrado, ojos negros, pelo rubio o algo castaño, lleva un vestido usado de mangas de mezcla de algodón, y las mangas de tela diferente y más nuevas, como castreadas, y un pañuelo de paño negro viejo al cuello, teniendo debajo otro de hilo también usado, y a la cabeza uno de coco fondo encarnado usado con cenefa y ramos de diferentes colores, pendientes cada uno de su clase redondos, pero uno más grande que otro, medias pardas de mezclilla mitad de un color, mitad de otro, zapatos de cordobán negro viejos, un zagalejo de bayeta también viejo encarnado y descolorido, una camisa de algodón nueva pero un poco corta, un delantal de coco listado con los ataderos y repulgo de galoncillo azul de seda.” Por supuesto, muchos de los nombres de sus ropajes hoy nos resultan desconocidos, como eso de mangas castreadas (¿castradas, es decir, cortadas?), un pañuelo de coco fondo (tela de algodón), medias pardas de mezclilla (una tela con menos cuerpo que la mezcla, que es un género fabricado con diferentes hilos y colores), zapatos de cordobán (de piel de becerro adornada), un zagalejo (un refajo, una falda con vuelo), pero en su época ayudarían bastante a la identificación de esa persona.

Años después, en Campanario se robaron cierto día unas gallinas y el juez de instrucción de Villanueva de la Serena, en un edicto, ruega y encarga “… a todas las autoridades y…a los agentes de la policía judicial, se sirvan practicar activas gestiones en averiguación del autor o autores del hurto de cuatro gallinas cuyas señas luego se dirán, propias del obrero de la vía férrea Felipe…, en el término de Campanario, deteniendo en su caso a la persona o personas en cuyo poder se encuentren si no acreditaren su legítima adquisición (…). Señas de las gallinas: Una colorado su plumaje y casi negra su cola. Otra de pluma jabada clara. Otra de plumas negras y blancas, y otra de pluma casi blanca.” O sea, todas las fuerzas de orden público, buscando cuatro gallinas por el color de sus plumas: impresionante.
Pero a mí, de todas las descripciones que he recogido en mis notas, la que más me ha gustado es la que hizo un juez de Trujillo al pedir la detención de un ladrón de ganados. Como era de rigor, el juez hace saber que ha “… acordado la busca y captura en su caso del gitano Manuel …, de estatura sobre cinco pies, pelo y barba negro, boca regular, con los labios gruesos, ojos negros, vizco del izquierdo (sic), cuerpo airoso, muy político en su razonamiento, de 34 a 36 años de edad, color moreno, algo picoso de viruelas, vestido con pantalón de paño pardo.” No me negarán que resulta fascinante que aquel juez trujillano atribuyera a un ladrón de ganados un razonamiento “muy político”. Da que pensar.