El nacimiento de la marca “Salamanca”

Una de las novedades que considero más notables y en la que me parece no se ha deparado hasta ahora es en el nacimiento, en la época del Renacimiento, de la marca “Salamanca” como signo de calidad y reclamo publicitario; marchamo con valor científico y comercial hasta el presente. Opino que, a raíz de las aportaciones de los universitarios salmantinos en teología, derecho, gramática, astronomía, física, geografía (cosmografía), economía, matemáticas medicina y música, el término “Salamanca” se afianzó como seña de calidad y se extendió poco a poco a otros campos culturales.

En el origen de esta etiqueta influyeron opiniones como la de Hieroymus Münzer, que en 1495 escribió la famosa frase: “In tota Hispania non est preclarius studium generale quam salmanticum”, o las afirmaciones de Fernando Pizarro y Orellana, historiador coetáneo a Colón y profesor de derecho de la Universidad de Salamanca, en Varones ilustres del Nuevo Mundo, cuando escribió: “Determinó Colón de ir a la Universidad de Salamanca, como a la madre de todas las ciencias en esta Monarquía, halló allí grande amparo en el insigne Convento de S. Estevan de Padres Dominicos”. O en Lucio Marineo Sículo, cuando dijo: “Quorum caput est et domina Salmantica clarisima civitas omnium virtutum disciplinarumque genitrix, equitibus et literatis alumnis ilustris”. O el dicho proverbial: “El que quiera saber, que vaya a Salamanca”.

Esta marca de calidad cultural, educativa y científica se mantuvo en el tiempo y quedó reflejada por doquier, por ejemplo en la justificación que Gil González Dávila ofreciera en 1606 de la elección de esta ciudad como lugar de celebración de eventos religiosos significativos, o en los estatutos de 1625 (“Omnium scientiarum princeps Salmantica docet”); la idea se convirtió en lugar común en la literatura. Pero ¿Dónde está el origen de este marchamo y en qué elementos se sustentó? El “cuándo” es difícil de determinar. Tengo la impresión de que la antigüedad de la Universidad fue un elemento que justificaba por sí mismo su preeminencia. Había un acuerdo tácito en la superioridad del conocimiento en Salamanca, que sirvió de base a papas y reyes para solicitar de su Universidad personal o dictámenes sobre cuestiones de gobierno necesarias y/o complejas. Hubo más consultas y solicitudes de personal especializado elevadas a la salmantina que al resto de las universidades. Los primeros dictámenes solicitados a Salamanca se remontan al cisma entre Urbano VI y Clemente VIII (1378-1417), sobre el que esta academia se pronunció el 20/V/1382. El segundo que conozco fue emitido en 1470 sobre la heterodoxia de Pedro de Osma. En la época del Renacimiento las solicitudes de opinión por parte del papa disminuyeron, sin desaparecer, aumentando las procedentes de la monarquía. Carlos V consultó repetidamente a la Universidad de Salamanca y a algunos de sus profesores concretos sobre los problemas planteados por los descubrimientos y la colonización; de ahí deriva en parte el desarrollo del derecho de gentes de la Escuela de Salamanca citado; papas y reyes conjuntamente demandaron de la salmantina una solución a los problemas del calendario.

Por esta vía de los dictámenes, la Universidad de Salamanca establecía un estado de opinión que generaba pensamiento y acciones de dilatadas consecuencias. Hablaré a continuación sólo de los principales durante el Renacimiento y les dedicaré más o menos espacio en función del conocimiento previo que pienso se tiene sobre cada uno de estos juicios.

El problema de la medida del espacio

Pocas cuestiones científicas fueron más candentes en la época del Renacimiento que el problema de la medida del espacio. Los tratados internacionales sobre derechos de exploración geográfica toparon con la imposibilidad de fijar fehacientemente esta magnitud y todos los reinos implicados en estos viajes promovieron un inusitado interés por la precisión, dificultada por las diferencias en los sistemas de cómputo y la inexactitud de los aparatos mecánicos; era imposible determinar la longitud en el mar sin un reloj preciso.

En la Salamanca del Renacimiento contaban con fuentes de información científica privilegiada para la época y con el incentivo investigador de los juicios solicitados por la monarquía sobre estos temas. En este ambiente se comprende el vuelco de los profesores salmantinos hacia la ciencia experimental, que se materializó en obras tempranas como De natura locis et temporis de Rodrigo Barusto (Salamanca, 1494), donde se ratificaba la existencia de los antípodas; o la Cosmografía y tres disertaciones de Nebrija sobre la medida, expuestas entre 1510 y 1512. Nebrija En la Cosmografía defendía la necesidad inaplazable de fijar un patrón de medida en Castilla, dedicándose a averiguar la extensión exacta del pie romano que dijo conocer en función de la distancia que separaba los miliarios de la Vía de la Plata y las proporciones del teatro de Mérida, aunque yo pienso que en este caso con un éxito relativo. El valor estuvo quizá en haberlo intentado. También practicó observaciones experimentales para fijar la medida del grado de meridiano terrestre, afirmando que tenía 62,5 millas, o 62.500 pasos geométricos. Por eso Colón vino a consulta a Salamanca.

Los descubrimientos geográficos acarrearon conflictos políticos entre Castilla y Portugal que requerían la ayuda de expertos en geografía y en derecho. En este ámbito se comprende la solicitud de astrólogos y cosmógrafos, por parte de los Reyes Católicos al maestrescuela de Salamanca, el 20/VII/1494, en la que se pedía que “los más suficientes de stos que os pareciere, nos enviéis aquí [a la corte] lo más presto que ser pudiere”. A este llamamiento la Universidad respondió enviando al catedrático de astrología, Diego de Torres, que así participó en las deliberaciones científicas del Tratado de Tordesillas (1494). Aparte de éste, otros salmantinos de naturaleza o de formación ofrecieron conocimiento útil en aquellos años a aquellos problemas: el dominico Diego de Deza, el indiscutible apoyo de Colón en España, “el que fue causa [de] que sus Altezas hobiesen las Indias, según decía el propio Colón en carta a su hijo Diego de 1504; Rodrigo Maldonado de Talavera, regidor y vecino de Salamanca, que vivió personalmente la consulta hecha a los cosmógrafos salmantinos, en 1486 y fue uno de los firmantes del Tratado de Tordesillas; el judío Abraham Zacut, cuyas tablas (del Almanach perpetuum…) calculadas para el meridiano de Salamanca utilizaban los marinos en el océano; el colegial de San Bartolomé Diego Ortiz de Calzadilla que en Portugal fue miembro de la Junta dos Matemáticos que refutó el proyecto de Colón en 1483; el médico Sancho de Salaya y el dominico Tomás Durán, catedráticos ambos y comisionados por Carlos V para debatir con los representantes portugueses -entre quienes figuraba el también antiguo catedrático salmantino Pedro Margallo– la adscripción de las islas Molucas, tras su descubrimiento en el año 1524. Como dije en otro lugar, no conozco ningún centro académico coetáneo que colaborara con tanto voto de calidad como el de Salamanca al debate de la fijación de las fronteras.

El problema de la medida del tiempo

Las matemáticas, la geografía y la astronomía adquirieron en la época del Renacimiento una importancia científica y práctica extraordinaria en función de las necesidades del momento. La altura en los conocimientos astronómicos se manifiesta por ejemplo en el hecho de que las tablas astronómicas elaboradas por Abrahan Zacut para el meridiano de Salamanca fueron la única obra de astronomía cristiana traducida al árabe en su tiempo. Las tablas astronómicas de Abraham Zacut fueron reeditadas con correcciones por Alonso de Córdoba († 1541), catedrático de teología nominal en Salamanca, astrónomo del rey de Portugal y médico del cardenal César Borgia. En estas tablas, dedicadas a la reina, usadas astrónomos italianos y citadas por Copérnico en su Commentariolus, corrigió la medida del año trópico.

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Figura 1: Abraham Zacut nació en 1452​ en Salamanca, proveniente de una familia de origen francés que había emigrado hacia el reino de Castilla.

Ninguna idea matemática surgida en la Universidad de Salamanca fue más influyente que las relativas a la métrica del calendario, que hasta ahora no se habían estudiado.

Según mi opinión, la Universidad de Salamanca propuso en 1515 un cálculo que finalmente ratificaron los expertos vaticanos y el propio pontífice como base de la reforma del calendario; descubrimiento que hasta el día de hoy se ha atribuido al italiano Luigi Lilio. Me parece destacable que este informe ofreciera la solución precisa en un momento en que el V concilio de Letrán le había pedido pronunciarse sobre el proyecto de reforma realizado entonces por Middilburg, en el que no se defendían ni uno solo de los extremos que Salamanca propuso con este fin y que finalmente se aprobaron en la reforma gregoriana del calendario de 1582.

La importancia que tuvo en su día la nueva idea y la que ha seguido teniendo para la historia de la humanidad se demuestra en el hecho de que hasta la norma internacional para la representación de fechas y horarios de la UNESCO, norma ISO 8601, utiliza esta medición.

Es destacable asimismo que fuera la investigación sobre el calendario la que provocó el comienzo de la Revolución Científica, de la que se pensó durante siglos que España en nada había contribuido.

El derecho matrimonial y el divorcio

Un nuevo y grave problema religioso y político se suscitó cuando el rey inglés Enrique VIII quiso divorciarse de la princesa española Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, dando principio en este conflicto al nacimiento del anglicanismo. En tales circunstancias, las cuestiones sacramentales se mezclaron con el derecho internacional y derivaron en negociaciones internacionales y dictámenes del más alto nivel.

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Figura 2: Los Reyes Católicos,  fue la denominación que recibieron los esposos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, soberanos de la Corona de Castilla (1474-1504) y de la Corona de Aragón (1479-1516).

Prometida a los cuatro años a Arturo, Príncipe de Gales, el matrimonio con el joven y enfermizo príncipe fue celebrado el 14/XI/1501, pero el 2/IV del año siguiente moría éste dejando a Catalina viuda y virgen. Lo que comienza como un relato romántico se convirtió en una historia que Mattingly dijo parecerse a una novela de aventuras. Si Catalina volvía a España sería obligada la devolución de la dote. Los Reyes Católicos consultaron a la salmantina las cuestiones jurídicas que se derivarían de ese acto y la Academia respondió con un dictamen firmado por el doctor Puebla.

Tras un periodo de negociaciones, el fallecimiento a su vez de su suegro, Enrique VII (1509), y la certificación de su virginidad por Julio II, fue desposada con el nuevo rey, Enrique VIII, de la dinastía Tudor, el 11/VI/1509. Sería éste un matrimonio bienavenido durante dos décadas hasta que Enrique consideró el nacimiento de un heredero varón como esencial para la continuidad de la dinastía al tiempo que se deshacía en amor por una de las damas de la reina, Ana Bolena. Catalina había tenido varios embarazos frustrados: tres varones que murieron poco después del parto respectivamente en 1510, 1511 y 1514, un aborto en 1513 y tan sólo una hija viva, María Tudor. Enrique solicitó la nulidad eclesiástica de su unión con Catalina en 1527, alegando haber sido el suyo un matrimonio ilegítimo por ser la esposa su cuñada, circunstancia que prohibía taxativamente el Levítico.

Esta solicitud coincidió con la ebullición del problema protestante en el Imperio. El pedagogo Crammer escribió un libro sobre el divorcio, favorable a los intereses de Enrique VIII. Éste envió una comisión para discutirlo directamente con “el obispo de Roma”, que es como el rey inglés llamaba al papa. Las proposiciones del embajador inglés eran: 300.000 ducados, restituirle la dote a Catalina y una renta considerable para ella si consentía que el matrimonio se deshiciese; pero el emperador Carlos V, también allí presente, se negó a “vender” –dijo- la honra de su tía por dinero. Esta circunstancia inclinó a los emisarios de Enrique a buscar apoyo en las universidades para su causa y al emperador y rey de España a buscarlo en las suyas, mediante orden enviada por Isabel el 7/IX/1530. A pesar de la negativa de Catalina y de las presiones de su sobrino y del papa, el rey inglés consiguió la aprobación del divorcio por el clero inglés reunido a la sazón. En enero se casaba con Ana Bolena y en mayo era anulado el primer matrimonio real, separándose Enrique de la obediencia a Roma y autoproclamándose jefe de la Iglesia de Inglaterra (nacimiento del anglicanismo).

Pues bien, varias instituciones y personas relacionadas con Salamanca contestaron a esta consulta: la Universidad de Salamanca, el Colegio de San Bartolomé, Francisco de Vitoria y el cronista real Juan Ginés de Sepúlveda. La Universidad respondió rápidamente con un informe matizado, en doce folios, fechado el 19/IX/1530, que resume el secretario en la contraportada diciendo: “Hay aquí un delito de 50.000 coronas en parte del pago de la dote de doña Catalina” (f. 442 v.). Es decir, que el divorcio podía ser válido siempre que se compensara a la monarquía española con 50.000 coronas. Este documento está firmado por el notario de la Audiencia Escolástica de la Universidad, “Diego Garsias de Malla”, que lo signa con signo coronado por la cruz sobre las llaves de Pedro cruzadas y un lema que reza: “Sapientia convincet malitiam” (la sabiduría convence a la malicia).

Fruto también de la solicitud real fue la cuarta relección de Francisco de Vitoria, tituladada De matrimonio, en la que se manifestó en contra del divorcio sosteniendo un criterio laico; dice:

“La potestad real o civil se ha establecido para el bien de la República, sea el que sea, sea el de la paz, sea cualquier otro beneficio humano… Casarse con la viuda de un hermano muerto sin sucesión, como el caso de los reyes ingleses, nunca estuvo prohibido en el Derecho Divino de la Ley Vieja. Por lo cual, sin género de duda, se concluye que el tal matrimonio no está prohibido por la ley natural”.

Tres meses después, el 7/XII/1530, se firmó el “Juicio emitido por el Colegio de San Bartolomé de Salamanca acerca de la disolución del matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra y la Reina Catalina”, en treinta y dos folios. No he estudiado detenidamente estos informes, pero todos ellos se mostraron contrarios a la legitimidad de la decisión del rey inglés.

Es decir, que el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón obligó a revisar el derecho canónico y a matizar la institución del matrimonio, en un momento en el que los protestantes le negaban la condición de sacramento, defendiendo que su único objetivo fuera la procreación. Los informes salmantinos sentaron derecho en el tema.

 

En próximas entradas en este blog veremos “Otras ideas nuevas nacidas en la Salamanca del Renacimiento”.