BESTIARIO MAGISTERIAL*
Dícese que un bestiario es una colección de descripciones y fábulas de animales reales o fantásticos que en el pasado medieval tuvieron mucho predicamento para diversión de aquellas buenas gentes. Famoso fue, por ejemplo, el Bestiario de Aberdeen, de autor desconocido, o la “Aliança dos corderinhos com os cabritos” del agustino portugués Fra Zapateiro do Castelloleone, amén de otros muy bien compuestos. Y hoy debo anunciar que, de forma fortuita, hasta mis manos ha llegado un Bestiario Magisterial de grandísimo interés. El libro, cuyo autor es el pedagogo griego Rhamis Kilobytes, fue publicado en Atenas en el pasado siglo y ahora ha sido traducido al cristiano por el profesor Pixelio de la Cámara, quien hasta hace poco ejerció su docente labor en tierras del norte de Extremadura.
Muchas son las fábulas que en él se encierran y todas ellas muy dignas de recogerse aquí para que se conozcan por los del docente gremio, e incluso por todos a quienes toque la educación de nuestro mocerío. Pero tal como aconseja la experiencia, debe buscarse la brevedad en lo que se escribe para que la lectura sea más liviana, así que, a modo de resumen, aquí les expongo alguna de ellas. Una, la “Fabulilla de la Hormiguita Hacendosa”, nos cuenta que esta hormiga, que ejercía de profesora en su hormiguero, se afanaba durante el verano en recoger todas las convocatorias de cursos de actualización didáctica y de perfeccionamiento del profesorado insectil. Asistía a la mayoría y, aunque casi nunca servían para mucho, procuraba luego en sus clases aprovechar de ellos lo que buenamente suponía que debía acomodar. Vecina suya era otra profesora, la Cigarra Marchosa, muy amiga del estrépito, que en el estío no se perdía ni un solo concierto de rock de aquel prado, ni dejaba pasar noche sin visitar la discoteca que un grillo interino había montado en una botella de agua mineral abandonada. La fábula refiere que al llegar el invierno y comenzar el curso, la Cigarra Marchosa, gracias a los contactos que estableció en tantas horas de jolgorio, fue nombrada por el Consejo de Insectos del Prado como Coordinadora de Diversificaciones Lúdicas, con una generosísima reducción de horas lectivas y un espléndido complemento económico, mientras que la Hormiguita Hacendosa, a fin de cuentas una aburrida, recibió un horario lleno de grupos con alumnos difíciles, aumentado con horas de repaso para los repetidores.
Otro relato de interés es el del “Conejito Aplicado”, quien en la escuela de la república conejil era un modelo de virtudes estudiantiles: puntual, diligente, laborioso, brillante pero modesto, responsable de sus acciones, culto sin pedantería, comedido en sus expresiones, deportista significado, atento con sus conejos profesores, compañero entrañable para los colegas gazapines… una “rara avis”. Tanto que el inspector de aquella escuela cunicularia, un circunspecto tejón, temeroso de que el conejito aplicado pusiese en evidencia a la mayoría ramplona y perezosa (para quienes se diseñaban múltiples adaptaciones y concreciones personales del currículo, y se les rebajaba hasta el suelo el listón del nivel mínimo), así como a los respectivos padres despreocupados de su educación, decidió intervenir en aquel desaguisado. Ordenó que a aquel conejito aplicado se le suspendiese en tres materias cada evaluación y repitiese curso un par de veces, para así asemejarse con el resto y que todo siguiese igual.
Un tercero nos cuenta la “Leyenda del Oso Gruñón”. Era este un ejemplar de gran tamaño y de genio vivo, de rudos modales y pocas habilidades, más allá de robar a los campesinos del valle algunas frutas y verduras contaminadas con insecticidas. Ocurrió que un día, al llegar a casa, encontró a su osezno llorando porque la osa maestra del Parque Nacional le había suspendido en Nutrición. La causa del suspenso, le advertía el informe de la tutora de su retoño, era simplemente porque no quería esforzarse en aprender a encontrar alimentos sanos y naturales en el bosque. ¡Vaya estupidez! pensó el padre. Aquel oso se enfureció muchísimo porque consideraba el suspenso de su hijito como una afrenta personal y, a grandes zancadas, se presentó ante la Cueva Escuela, buscó a la maestra, se encaró con ella de malas maneras y no paró de gruñirle y lanzarle berridos casi sin saber lo que decía, recriminándole aquel suspenso. La profesora, muy asustada, le prometió aprobar a su hijo y así lo hizo al día siguiente. El asezno aprobado a base de gruñidos nunca aprendió a buscar alimentos sanos, creció, se hizo un Oso Gruñón, y tan sólo sabía robar a los campesinos del valle frutas impregnadas de botica.
Otras muchas narraciones se encierran en la obra del griego Rhamis, pero estas se quedan para trasladárselas en otra ocasión, aunque no puedo sino opinar que estas fábulas recuerdan demasiado a lo que en nuestras aulas humanas viene ocurriendo en nuestros presentes tiempos.
(*Diario HOY. 24/5/2010)