I. LAS MANIOBRAS DE TOBÍAS (*)

El hecho de que Tobías estudie 3º de la ESO y que acostumbre, montado en su ciclomotor, a entrar en algunas calles por la dirección prohibida, son dos circunstancias coincidentes pero que en realidad no configuran el retrato ni la vida de este personaje. La primera circunstancia, la de que Tobías sea un estudiante matriculado en el tercer curso de la Secundaria Obligatoria, no es más que un adorno respecto a su vida real, una envoltura sin importancia –sobre todo para él–, apenas un accidente superficial que ni le añade ni le quita ningún rasgo esencial para entender la estructura de su mente. En cuanto a su acostumbrada tendencia a irrumpir por la dirección contraria en las calles de una sola dirección, tampoco tiene la mayor relevancia, pues no es sino una más de las muchas muestras de su visión utilitaria de la vida. Tobías dice que su forma de acceder a ciertas calles son maniobras, porque en una ocasión oyó en un programa de televisión que unos soldados hacían maniobras en una isla del Atlántico y aquella expresión, vaya usted a saber por qué, le gustó y la acuñó para referirse a acciones que a algunos les parecen poco pacíficas, por decirlo de una forma suave, y que a él le proporcionan un halo interiorizado de guerrero. Lo cierto es que Tobías, gracias a Dios, desconoce todos y cada uno de los numerosos artículos del Código de la Circulación. Además, si tuviera tiempo, su tiempo joven, no lo iba a dilapidar en memorizar ese tipo de preceptos inútiles que impiden, por ejemplo, llegar más rápido a un lugar de cita con la pandilla, forzándole a dar un rodeo para seguir la dirección obligatoria. Otras consideraciones ajenas al mero ahorro de tiempo y de espacio recorrido no pueden tener cabida en su cerebro adolescente de candor inmaculado. Tobías, por lo tanto, carece de sentimiento de culpa, es absolutamente inocente.

Sin embargo, hay otras circunstancias que pueden acercarnos mejor a comprender el sentido vital de Tobías, el armazón de ideas y sentimientos que sirven de base a su devenir como proyecto de hombre, desde la adolescencia en la que la edad le tiene instalado. Esas circunstancias en realidad se reducen a tres categorías, y aunque inicialmente se puede pensar que son escasas, lo cierto es que en la vida de Tobías se combinan como un continuo flujo dialéctico entre el sí y el no, la afirmación y la negación, lo positivo y lo negativo; claro que él no es consciente de esa especie de zoroastrismo laico, pues su tiempo tampoco se puede malgastar en analizar sus propias decisiones en un alarde introspectivo. Las realidades existenciales de Tobías se apoyan en el Principio de la Utilidad, el Principio de la Diversión y el Principio del Consumo y combinadas entre sí y a su vez expuestas a la dinámica vital de la aceptación o el rechazo, del sí o el no, hacen que la vida de Tobías sea más compleja de lo que en un principio pudiera parecer. A partir de ellos, Tobías se basa para actuar en un continuo binomio vitalista, simple pero muy eficaz, que en esencia se reduce a que las cosas y las situaciones molan o no molan. Si molan, son guays, y entonces hay que hacerlas, o adquirirlas, para disfrutarlas y sacarles provecho; pero si no molan, a Tobías, literalmente, se la sudan, frase que también escuchó en el programa de Gran Hermano de la televisión y que fue reveladora para él pues constituye el comodín gramatical que le permite rechazar, con un ahorro evidente de léxico, lo que no le divierte, no le apetece o no le resulta de utilidad. Estudiar no mola, porque ni divierte, ni es útil para su vida –más bien es un estorbo– ni le produce bienestar, así que eso de las clases, los libros y demás pues se la sudan y a pasar de largo; comer chicles es guay, le relaja y le identifica con el grupo, o sea que mola y ya está, razón que explica que consuma aproximadamente unos quince chicles cada día. Pero puede ocurrir que algo que no mola, como el estudio, resulte útil para conseguir el ciclomotor que le han prometido los padres si, al menos, pasa al siguiente curso (aunque sea con dos o tres asignaturas pendientes); entonces el Principio de la Utilidad se superpone al del Consumo y al de la Diversión Aplazada y se hace un pequeño esfuerzo hacia finales de mayo y principios de junio que suele dar resultado. Y así, con múltiples combinaciones de los tres Principios fundamentales y alguna que otra concesión táctica al oscuro reino de lo que no es guay, Tobías es razonablemente feliz y se prepara para ser un hombre de provecho en el futuro, para participar en la sociedad aportándole lo mejor de sí mismo, tal como dicen los tópicos inventados por los sociólogos y educadores.

A pesar de todo, es más que posible que Tobías, sin saberlo, esté necesitado de alguien que le enseñe algo más que el útil binomio con el que organiza la vida, pero lo cierto es que sus padres no desean enfrentarse a esa realidad tan incómoda y capean el temporal transigiendo las más de las veces, mosqueándose en ocasiones o rezando para que al menos el muchacho no caiga en lo de las drogas. Es cierto que a quienes son dueños de las cadenas de televisión, o de las productoras de películas o de las revistas juveniles, o de las casas de discos y de videojuegos les importa bien poco si Tobías se preocupa por algo más que divertirse, o consumir, pues eso es precisamente lo que necesitan de Tobías, el dinero que obtiene de unos padres desorientados, para que lo gaste en los productos que a Tobías le molan. Es cierto que en el Instituto donde Tobías está matriculado en 3º de la ESO hay muchos profesores que se quejan de que no se puede hacer nada y a lo mejor tienen razón; o a lo mejor no la tienen y se puede hacer algo, pero como no se sienten ni apoyados por los padres ni protegidos y alentados por los que gobiernan, han tirado la toalla de la educación limitándose a administrar un barniz de enseñanza que pocos aprovechan. Es cierto que a Tobías habría que decirle algunas veces que sí, pero otras, siguiendo con su binomio vital, convendría enfrentarle a las categorías de los no es correcto, o no es ético, o no se debe hacer, o es un gasto superfluo. A lo mejor a Tobías habría que aclararle algunas ideas, proporcionarle ciertos medios útiles y obligarle a responsabilizarse de una parte de su vida diaria; a lo mejor habría que explicarle que para conseguir lo importante a menudo hay que esforzarse y que no siempre el esfuerzo es divertido; o informarle de que el dinero con que se compran las cosas se obtiene, normalmente, trabajando varias horas cada jornada. A lo mejor.

Todo eso puede ser cierto, pero no hay que preocuparse, pues al fin de cuentas nuestro Tobías sólo es un personaje de ficción, no existe, es pura invención para ocupar una Tribuna en un diario o un espacio en un “blog”.

No obstante, si al salir de casa empiezan a encontrar a varias decenas de Tobías maniobrando por las calles, o en su propia casa se está criando un sosias de Tobías, por favor avísenme, no vaya a ser que se nos haya ido de la mano este personaje inventado y haya empezado, muy a lo ionesco, a invadir nuestra sociedad. Sin duda, entonces, no tendríamos más remedio que replantearnos si todo va bien en ella.


(*Diario HOY. 25/11/2004)