El Premio Nobel de Literatura y Caballero de la Orden del Imperio Británico William Golding vino en 1992 a impartir una conferencia, invitado por el Departamento de Filología Inglesa y el British Council. La prensa salmantina le hizo varias entrevistas profusamente reflejadas en los periódicos del momento. Golding acababa de presentar la versión española de una de sus obras de gran éxito: Fire Down Below (Fuego en las entrañas), última entrega de la trilogía a la que ya habían precedido los títulos Rites of Passage y Close Quarters. Vino acompañado de su esposa, que era quien velaba por el comedimiento del escritor en lo tocante a la comida y, sobre todo, a la bebida, porque su salud estaba un tanto quebrantada. A base de argucias logró liberarse de Ann –mujer dulce y encantadora– por unas horas y pudo disfrutar libremente de las excelencias gastronómicas salmantinas. Gran conversador, humilde, sumamente amable y vitalista, la visita a la Biblioteca Antigua de la Universidad le causó una impresión imborrable. Allí le hicieron un reportaje fotográfico para una revista internacional. Golding no pudo por menos de emocionarse al sentirse rodeado de tantos libros y manuscritos de incalculable valor.
El público español y los estudiantes de Filología Inglesa estaban ya familiarizados con muchas de sus novelas, algunas de las cuales habían sido de obligada lectura en las materias literarias correspondientes, especialmente la ya clásica Lord of the Flies (1954). Golding dejó claro una vez más que a lo largo de su vida como escritor siempre le había preocupado el estudio de la naturaleza humana en todas sus facetas, con especial énfasis en la manifestación de las fuerzas destructoras del mal y la pérdida de la inocencia. El ser humano, decía, genera el mal igual que las abejas generan miel; no puede evitarlo.
Casi todo el mundo ha leído El señor de las moscas (o ha visto la película), sin olvidar el resto de su gigantesca obra literaria, entre la que cabe citar El dios escorpión, La oscuridad visible o Los herederos. Con respecto a las adaptaciones cinematográficas de El señor de las moscas desveló que la versión de Peter Brooke de 1963 se ajustaba perfectamente a su novela, pero no así la segunda, que prefería no verla.
“No conozco nada de la literatura española contemporánea”, afirmó paladinamente al inicio de su charla, “porque prefiero leer en lengua original. Hasta que no aprenda español no podré conocer a sus autores”. Y añadió una reflexión cuando menos sorprendente al referirse a su propia producción literaria: “No puedo releer mis libros porque se me atragantan”.
Antes de regresar a Inglaterra me comentó que su máxima ilusión sería estar unos meses en Salamanca para poder terminar la obra que por aquel entonces tenía entre manos. En este entorno, sumergido entre libros, se darían las circunstancias ideales. Supuse que sería parte de la obligada cortesía de un huésped extraordinario, pero al cabo de unas semanas recibí una comunicación a través de una persona de su confianza en la que decía que se sentiría muy feliz si pudiéramos facilitarle alojamiento y un despacho donde poder trabajar. Se ponía al servicio del Departamento en los ratos libres y no solicitaba contraprestación alguna, salvo la de poder estar una temporada en Salamanca para terminar la última novela. La obra, ya póstuma y que debiera haberse concluido en Salamanca, se titularía The Double Tongue y la acción transcurría en la Antigua Grecia.
Así pues, comenzamos a gestionar para él una propuesta como Profesor Visitante, pero en el transcurso de la tramitación de los detalles administrativos su salud empeoró y falleció pocos meses más tarde, en junio de 1993. Perdimos la ocasión de contar con un Premio Nobel entre nuestro profesorado. A cambio, organizamos en nuestras aulas un simposio en su honor un año después del fallecimiento. En aquella época nadie pensaba en los rankings, sino en el placer de tener a una personalidad tan entrañable como William Golding entre nosotros, enamorado, además, de Salamanca y de su Universidad.