A lo largo de la historia, la humanidad ha venido respondiendo a la necesidad de establecer una medida de las cosas con una diversidad de patrones, hasta que a finales del siglo XVIII la Revolución Francesa impulsó los estándares universales del denominado “sistema métrico decimal”, basado en la numeración en base 10 y sus reglas matemáticas. Así, el sistema consiste en fijar una unidad de medida para cada magnitud, que luego puede ser dividida o multiplicada por 10 tantas veces como se requiera en su aplicación.
La longitud comenzó a partir de entonces a medirse en metros (o milímetros, o kilómetros), donde un metro se definió en 1799 como la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre (distancia del ecuador al polo). En 1889 está medida quedó fijada sobre una barra de platino e iridio, a modo de metro patrón, que se conserva en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas a las afueras de París.
Durante el siglo XIX, fruto de los intereses políticos y comerciales de Francia, otros países fueron adoptando el sistema métrico decimal, haciendo que sus patrones de medida sean hoy en día utilizados por todos los países del mundo. ¿Por todos los países? Lo cierto es que no. Cual aldea irreductible a la invasión del metro patrón, siguen existiendo países se oponen al sistema métrico decimal, concretamente tres: Myanmar (antigua Birmania), Liberia y los Estados Unidos de América.
La historia que hay detrás de esta oposición se encuentra recogida en el libro “Whatever Happened to the Metric System?: How America Became the Last Country on Earth to Keep Its Feet”, de John Bemelmans Marciano, y puede resumirse en una explicación que el escritor Tom Wolfe dio al periódico New York Times: “He oído que el metro se basa en una varilla en algún lugar fuera de París”, dijo Wolfe, “Usar eso como una base de medidas es completamente arbitrario e intelectual. Debo decir que tengo una gran admiración por los franceses, pero un asunto tan importante como este no debería ser dejado en sus manos. Me gusta la idea del pie como una medida en relación con el cuerpo humano”.
La idea de acudir a referencias en la naturaleza para establecer patrones de medida es de hecho la misma que está detrás de la definición original de metro (donde la referencia es una longitud de la Tierra), pero los estadounidenses prefieren seguir tomando como referente al hombre, y hacer partes en mitades o tercios. Así, en lugar del metro toman como unidad medida la yarda, definida como la distancia del pecho al extremo de los dedos de un brazo extendido, una medida habitualmente utilizada por los comerciantes de ropa ingleses. Existen también otras definiciones alternativas, como la que en el año 1100 dio el rey Enrique I de Inglaterra referida a sí mismo: una yarda es la distancia del extremo de su nariz real al extremo del dedo gordo pulgar de su brazo extendido, por lo que en 1895 también hubo de establecerse un patrón físico que exponer públicamente, como el que todavía puede encontrarse junto al Observatorio de Greenwich, al sur de Londres.
A partir de ese patrón, se estableció que el doble de una yarda es una brazada, un tercio de una yarda es un pie, mientras que una pulgada corresponde a la la treinta y seisava parte de una yarda (o sea, que un pie son doce pulgadas).
Aceptando la justificación de la yarda como medida “natural” por su relación con el cuerpo humano, lo cierto es que sigue existiendo algo de arbitrariedad en su elección. ¿Por qué tomar la yarda como patrón, y no cualquiera de las otras medidas de longitud que tienen como referencia la naturaleza humana?
Por ejemplo, la unidad de medida más antigua conocida: el codo bíblico, que aparece en la Biblia como el patrón utilizado por Noé para construir su arca. Su definición data de hace unos cuatro mil años, como la longitud entre el codo y la punta del dedo medio del antebrazo del rey Og, de Bashán.
O la legua, que es la distancia que una persona o un caballo pueden andar en una hora. Ciertamente que todo depende del ritmo en el andar, de modo que en la Roma antigua las leguas tenían 4.430 metros, mientras que las leguas en Francia miden un poco más 4.440, pero no tanto como los 5.572 metros de las leguas en la Castilla del siglo XVI o los 5.550 de las leguas marinas. Así que pueden hacerse una idea de lo lejos que se puede llegar en las “20.000 leguas de viaje submarino”, que proponía el escritor Julio Verne, aunque no se ven muchas personas o caballos que vayan andado por los mares.
De la Roma antigua viene también la milla, como la tercera parte de una legua, que venía a ser la distancia recorrida con mil pares de pasos de una persona, 1.480 metros, a razón de 74 centímetros por paso. Hoy en día sigue utilizándose la milla terrestre, establecida en 1.609,34 metros, y la milla náutica, de 1.854 metros.
Otra medida náutica de referencia humana es la braza, utilizada para medir la profundidad del agua, que es la longitud de un par de brazos extendidos, algo que tampoco es fijo: la braza española está en 1,671 metros, mientras que la braza inglesa alcanza los 1,828 metros, cosas de la idiosincrasia de cada país.
Pero el caso es que los americanos le gustó en su momento la yarda inglesa. Por cierto, la palabra yarda en inglés, “yard”, además significar la medida de longitud, se utiliza también para denominar el patio de una casa. Así que Scotland Yard no es una yarda escocesa, sino un patio escocés, el más famoso de los cuales estaba en la embajada que los Reyes de Escocia tenían en Inglaterra, justo donde hoy en día tiene la sede la policía metropolitana de Londres.
Ah! Por si se lo estaban preguntando: una yarda son 0,9144 metros, lo que vienen a ser 3 pies, medidos del talón a la punta del dedo gordo, a razón de 30,48 centímetros por pie.