Desde el nordeste de la provincia de Cáceres, casi en la de Salamanca, acabo de oír y luego ver una bandada de grullas marchándose. Nos  abandonan. Se van de Extremadura donde han pasado el otoño y parte del invierno. Su destino es Europa del norte, su zona de cría.

A las grullas en vuelo se las oye antes de verlas. Su gorjeo es inconfundible. Basta haberlo identificado con atención alguna vez para reconocerlo con seguridad después. Pero, aunque no las hayas oído antes, si estos días te llega del cielo el sonido de algún coro de aves, casi seguro que son grullas cruzando la Península Ibérica hacia el nordeste. Mira hacia arriba y busca. Podrás verlas si no vuelan demasiado alto, que con frecuencia lo hacen. Si descubres una letra V en el firmamento, en general bastante abierta, con el vértice en el sentido de la marcha, son grullas. La formación es casi siempre perfecta. Sobre todo si están en ruta. Una componente del grupo situada en el vértice de la V y las demás dibujando los dos lados de esa letra. Todas volando decidas, sin vacilación. Si tienes unos prismáticos, verás que lo hacen con el cuello y las patas bien extendidos. El cuello, nada corto, lanzado hacia adelante, como si quisieran llegar antes.

Han pasado el otoño y parte del invierno en el suroeste de España. Las bellotas son uno de sus alimentos. Quizá por eso prefieran las dehesas de encinas de Cáceres y Badajoz, junto a algunas zonas de las provincias de Toledo y Córdoba.

Regresarán en octubre. De nuevo pasarán aquí el próximo otoño y parte del siguiente invierno. También entonces, en su viaje de vuelta, puedes oírlas y verlas en el cielo si estás en un punto de su ruta.

En el suelo nosotros las vemos cada invernada en el norte de Cáceres, en los alrededores del sur del embalse de Gabriel y Galán principalmente. En una ocasión pudimos contemplar con tranquilidad, desde lejos, una gran bandada en un campo abierto cerca de Zarza de Granadilla. Y siempre que en época de invernada marchamos por el camino de Cáparra a Oliva de Plasencia, las vemos dispersas entre las encinas de la dehesa, desde el propio camino, a distancia para no asustarlas.

Son inconfundibles. Principalmente por su tamaño. Grandes. Más que las cigüeñas. No blancas y negras, sino grises. En el suelo su cola es espectacular, un gran penacho de plumas.

Pero si quieres conocerlas para después observarlas directamente, lo mejor es mirar fotografías. Y si ver aves te atrae, te gusta, puedes iniciarte con la aplicación “La enciclopedia de las aves de España”, de la SEO, Sociedad Española de Ornitología. Y un día soleado desde noviembre a principios de febrero, como complemento de una visita a la ciudad romana de Cáparra, un paseo por el camino hacia Oliva de Plasencia te puede deparar la contemplación de grullas cuando llegues a la zona de las dehesas. Y, si sigues teniendo suerte, verás alguna descansando sobre una sola de sus patas. Entenderás entonces por qué cierto cocinero logró el perdón de su amo cuando le sirvió en el plato la grulla de una sola pata que había cazado.